Cuando hablamos de lo acontecido hace unos días en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción sabemos que no se trata de un caso aislado y que todo apunta a un crimen de Estado. Comprendamos que este hogar estaba a cargo de la Presidencia, es decir, del gobierno central. Es evidente que desde que vivimos en una supuesta democracia han sido los gobiernos centrales, las fuerzas armadas y algunas municipalidades las responsables de muchas muertes y ejecuciones extrajudiciales: la masacre en la cumbre de Alaska, la tragedia en el basurero (el más grande de Centroamérica que no ha sido tratado por esta gestión municipal) y el crimen en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción son solo algunos ejemplos recientes. Hablamos de aparatos del Estado que libran luchas de poder entre sí y que, lejos de abogar por cubrir las necesidades de la población, responden a los intereses de las élites oligárquicas y de la embajada estadounidense.
Al exigir que el peso de la justicia caiga sobre los responsables directos de la masacre en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción, pienso que en paralelo debemos asumir esto desde el radicalismo. No hay tiempo que perder para reflexionar sobre el sistema en que vivimos inmersos, y es que lejos de creer que «así son las cosas y punto», recordemos que este modelo económico y político cuenta con una historicidad, por lo que no es, evidentemente, eterno, sino que además puede ser superado. Pensemos, entonces, desde lo más íntimo, en ir construyendo otras formas de vida, otros relacionamientos sociales, distintas maneras de concebir al otro y, por qué no, apostar por la refundación del Estado ya que estamos frente a uno débil e incapaz de cubrir las necesidades básicas de la sociedad civil.
Claro, tras esto no tardó en hacerse escuchar una especie de verborrea justificadora culpando a los padres de las niñas, lo cual demuestra, no solo una falta profunda de sensibilidad, sino también la misoginia, el racismo y el clasismo arraigados en muchos individuos dentro de esta crisis que vivimos, la cual es económica y política, pero también social y cultural.
Porque estas niñas y sus familias pertenecían a grupos históricamente excluidos y profundamente discriminados en la actualidad, lo cual resulta fundamental para la conservación del modelo imperante, ya que, cuando hablamos de discriminaciones de género, etnia y/o clase, estamos hablando de exclusiones que, además del odio, esconden un trasfondo para el mantenimiento de privilegios y del poder hegemónico tal y como está. Y es que resulta que estas víctimas eran mujeres, muchas indígenas y todas económicamente modestas, por lo que, según la ilógica forma de ver de aquellos que creen que todos contamos con los mismos privilegios y formas de vida, la culpa fue de sus familias.
Según muchos testigos del albergue (que además excedía su capacidad) se llevaban a cabo acciones de violencia, abuso y explotación sexual a niñas y adolescentes, lo cual motivó las protestas y rebeliones de quienes perecieron calcinadas. Cuenta un conocido que trabaja cerca del lugar que era sabido que se podía pagar para tener sexo con alguna menor del recinto; moneda corriente en un país donde en diversas zonas es de lo más común saber de casas cerradas vinculadas a trata de personas o de este tipo de hogares donde se rumora que las cosas no marchan bien pero a fin de cuentas a quién le importa.
Ahora bien, debido al odio y miedo normalizado hacía la mujer, son muchos quienes no toman el abuso sexual como tal. Ojo: hablamos de redes criminales de chantajes y explotación, de violaciones a los derechos humanos en las que el cliente es cómplice y piensa que se trata de una sincera anuencia de la mujer esclavizada, como si la insegura virilidad o los «grandes» dotes de este macho fueran irresistibles.
Seamos sinceros en que, incluso al consternarse ante esto, el hecho de legitimar un sistema como este, el acto de reproducir sus prejuicios a través de las prácticas cotidianas, presupone un aporte para la conservación de las cosas tal como están, pues para quienes hemos contado con ciertos privilegios en la vida parece ser que mientras éstos estén siempre se tendrá un miércoles de Champions, una educación «formal», un turno de honor o una fiesta el fin de semana cuando en realidad existen otras realidades más jodidas: aquí y ahora hay personas que la están pasando muy mal porque nacieron perdiendo debido a problemas históricos que no se solucionan con oraciones, «positivismo» ni mucho menos con un sufragio.
Que no sorprenda cómo en una sociedad profundamente conservadora hace unas semanas muchos se rasgaban las vestiduras debido al barco «de la muerte» y ahora simplemente callan en una elocuente muestra de esa doble moral que conlleva el poder simbólico que la ideología dominante instala profundamente, des-singularizando a los individuos. La invitación es directa y en forma de imperativo: atreverse a actuar de tal forma para que estos hechos no se repitan y, para ello, la propuesta a radicalizar(nos) es la premisa. Recordemos que el cuerpo de la mujer no se viola, no se quema, no se mata… no se viola, no se quema, no se mata… no se viola, no se quema, no se mata…
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