1988. Los muertos se contaban por miles. Las cifras oficiales decían que eran 40,000. Las extraoficiales —y quizá las verdaderas porque los jóvenes desaparecían a diario— inspiraban miedo, pues sobrepasaban los 50,000; una cantidad catastrófica para un país entonces poblado por menos de cuatro millones de habitantes.
Nicaragua había perdido a toda una generación en las trincheras. Los más jóvenes —o los niños que no teníamos la edad para ir al frente de batalla— teníamos que ir a la escuela. Pero en vez de manzanas sumábamos «dos rifles más tres rifles, igual a cinco rifles», hecho este que se consideró una de las grandes «maravillas» de la educación sandinista. Reto a cualquiera a darme un buen ejemplo de alguien excepcionalmente educado en la Nicaragua de la década de 1980.
Debo admitirlo: no siento empatía por la izquierda y a la derecha radical le tengo pavor, pues en su versión más cruel suele ser despiadada. Pero todos sabemos que el capitalismo busca dinero y no lo oculta, en cambio Fidel Castro dijo amar a los pobres y sin embargo, según la revista Forbes, acumuló una fortuna que sobrepasa los 900 millones de dólares, solo superada por la de la reina Isabel de Inglaterra y la reina Beatriz de Holanda.
La fortuna de Hugo Chávez dobló a la de Fidel y provoca náusea: 2,000 millones de dólares. «A quienes su trabajo ya les haya producido grandes riquezas deberían donar todo eso (…) hacer obras benéficas», dijo Chávez en 2005. Hoy él está muerto pero su madre, Elena Frías, que antes era una típica ama de casa venezolana, luce joyas de diamantes y porta lentes Dolce & Gabana. Me pregunto a cuánto asciende la fortuna de Daniel Ortega o la de su consorte, la señora presidenta.
Imposible no traer a colación el hecho de que los hijos del matrimonio Ortega-Murillo sean grandes empresarios y sus negocios estén vinculados a Albanisa, el acuerdo petrolero entre Nicaragua y Venezuela. En otras palabras, el Estado nicaragüense adquiere la deuda pero las ganancias las recibe la familia. Aun así, veámosle el lado positivo al asunto: los jóvenes narradores nicaragüenses están en condición de escribir el gran cuento de nuestra época: «Los negocios de papá», dándole una vuelta de tuerca a «El zoológico de papá», el célebre cuento de Lizandro Chávez Alfaro.
La izquierda es el mejor ejemplo de la mojigatería. Quienes aplauden el socialismo no soportarían vivir tres días en Cuba con los 20 dólares al mes que gana un doctor. ¿Cuánto gana un albañil en esa «utopía» que Fidel Castro construyó?
Escribo estas líneas el 19 de julio de 2017, a 38 años del triunfo de la Revolución Sandinista. Las escribo en un diario que llevo conmigo a todas partes y que hoy me muestra que ya son 29 los años de haber salido de Nicaragua. En mi pesimismo, es más de un cuarto de siglo que ha escindido muchas vidas, la mía entre tantas, aquel 22 de mayo de 1988. El lado bueno: puedo entender perfectamente a Facundo Cabral cuando dice: «No soy de aquí, ni soy de allá».
Siento como si hubiera sido ayer que una guerra fratricida me expulsó del país que nunca debí abandonar. La responsabilidad de todo gobierno es la de brindarles a sus ciudadanos la seguridad necesaria y las herramientas adecuadas para que conozcan el éxito en su propia tierra, no en la ajena. ¿Quién provocó la guerra civil en Nicaragua? Todos. Pero no nos engañemos: quienes culpan a Ronald Reagan de ser su causa, olvidan que mucho antes de que él enviara dinero a la Contra, Rusia ya tenía armas en Nicaragua con el fin de impulsar el triunfo socialista en países vecinos como El Salvador, con consentimiento del gobierno nicaragüense.
Nicaragua fue mi cuna pero no fue mi casa y tampoco será mi sepulcro. Me resulta difícil la idea de regresar a un país que desconozco. No me identifico con la transformación que ha sufrido y con la que aún en 2017 es permisible tirar basura en las calles y no decir buenos días ni dar las gracias cuando se recibe un favor. Seamos sinceros: nos escandaliza el desastre en la reserva de la biósfera Bosawás pero no nos conmueve arrojar latas de cerveza en el malecón de Managua. De niño era común —aun en la guerra y en medio de la pobreza— que hasta el vecino más humilde compartiera una taza de café y ofreciera saludos.
No es que no quiera a mi patria, más bien detesto en lo que se ha convertido. Y aun así moriría por contemplar un atardecer en el lago, explorar la magia de sus volcanes y caminar —como si viviera allá y no como el turista que soy cada vez que regreso— por las calles de Granada, que en una de sus casonas tiene una inscripción que imita a los versos de Francisco A. de Icaza con los que se recibe a los visitantes de la Alhambra:
Dale limosna, mujer,
que no hay en el mundo nada
más triste que ciego ser
y estar viviendo en Granada.
[Foto de portada por: Jorge Mejía Peralta]
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¿Quién es Roberto Carlos Pérez?
Una columna carente de crítica seria. No hay ninguna persona ni estudio serio en el mundo que piense y haya demostrado que Fidel Castro Ruz contará con una fortuna personal de 900 millones de dólares. ¿Con todos los métodos, estrategias y dispositivos de espionaje con los que cuenta la OTAN, la CIA, el FBI etc. como no lograron demostrar esa supuesta fortuna? Le sugiero, señor, que profundice en los temas antes de replicar lo que dice CNN o Wikipedia. El tema de la revista Forbes incluso a quien dejó mal parada fue a esta. Vaya cosas las que aparecen en internet…