Cees Nooteboom: neerlandia poética


Eynard_ Perfil Casi literal                                      Y entonces, por un instante,

uno se siente capaz de beber esa luz.

Dejo por un lado las controversias nobelísticas que suscitaron a partir de una sobredosis de heroína legal sueca, porque además creo yo que sobre este asunto ya comentó de manera muy interesante el compañero Leo de Soulas. Entonces aquí me remitiré al poeta, viajero uliséstico y escritor holandés Cees Nooteboom —el más importante contemporáneo, porque de esas importancias jerárquicas en plena posmodernidad ya sabemos— que hace alrededor de un año, por esos azares bendecidos de la vida, cayó en mis manos en una antología de su obra poética, y al final de cuentas, vaya qué poesía.

Cees nació en La Haya el 31 de julio de 1933, la misma fecha en la que por más desgracia que fortuna Cristóbal Colón arribó como el primer europeo en llegar a la isla de Trinidad en su tercer viaje a América en 1498; fecha en la que además muere San Ignacio de Loyola en 1556 y Denis Diderot en 1784, nace el excelentísimo humano y escritor Primo Levi en 1919, muere Saint-Exupéry en 1944, Ekin, el grupo disidente de EGI, se convierte en ETA en 1959, nace J. K. Rowling en 1965 y también Paulo Wanchope en 1976 (para gloria del futbol centroamericano y costarricense y desgracia para el eterno afán de clasificar a un mundial para Guatemala); Juan Pablo II canonizó al indígena Juan Diego en 2002, Fidel Castro le transfiere temporalmente el mandato de Cuba a su hermano Raúl Castro en 2006 y en 2008 la NASA anuncia el descubrimiento de agua en Marte. Todos estos acontecimientos el 31de julio.

Pues bueno, después de este paso de efemérides regresemos a Nooteboom, un «ciudadano decepcionado» pero un hombre, primero que nada, que contabiliza el sufrimiento que se define a sí mismo como lector, viajero, escritor, periodista y traductor. En el mismo orden descrito en relación con una vida de exploración interna y externa por la vida, sus deseos, placeres, oficios con preocupaciones existenciales, metafísicas, articulaciones sobre la naturaleza, el tiempo, los pasos que andamos y desandamos, esto es lo que rodean todas sus palabras. «Rimas de vida», dice Cees, la idea y acción de salir, de dejarse llevar, de abrirse al mundo, de tener curiosidad y de «ver cómo viven los otros», además de un extraño deseo a ser anónimo: en París del 68, Berlín del 89, en Teherán antes y después del Sha, en la Alemania 20 años después de la reunificación, en la Cuba de Batista y de Fidel, en la Hungría de 1956 que fue invadida por los tanques soviéticos…, todo esto a pesar de que de joven quería e intentó vivir en la celda de un monasterio, con un diccionario y un libro en latín con la vida de los santos.

Nooteboom es de ese tipo de autores que se hacen llamar desmemoriados porque, después de todo, tienen una memoria minúscula —quizás a causa de la guerra que íntimamente empezó con bombardeos en 1940 al lado de su casa—  y, como recuerda que le dijo una lectora alguna vez, escribir novelas es vaciarse de toda la memoria para iniciar una historia nueva: recrear sin recordar, aunque sus primeras preocupaciones sobre la memoria iniciaron cuando empezó a leer a Proust, “el escritor de la gran memoria larga”, diría algún epítome griego, ¿no? Por otro lado, hablando de poesía, Nooteboom recuerda —válgase la ironía— que nosotros como simples mortales muchas veces confundimos «emoción con grandeza o importancia». La emotividad genera mala poesía, y por eso debemos «recordar que la poesía es un arte»: «la poesía habla de una manera muy personal sobre cosas generales. En tal sentido, el poeta es un hombre común».

¿Cómo se llama cada hora

de la noche, cómo cada minuto

de la hora? Si los días tienen nombres,

¿por qué no los minutos?

Cada instante de nuestra vida

debería tener un nombre

que no se pareciese al nuestro,

que nos olvidase. Cada segundo

una cifra en un registro

de atisbos, murmullos

escuchados, versos

trabados con diarios,

susurros de escarcha y nieve,

el poema más lento

de la duración.

Bueno, a grandes rasgos esto es Cees Nooteboom, el hombre trotamundos, el escritor prolífico que indica que la escritura garantiza cierta inmortalidad pospuesta: «Esa es la idea. Al final, a lo sumo, quedará una línea y nadie sabrá de quién es».

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