El mundo y el temblor


Eynard_ Perfil Casi literalLa raíz del temblor llena tu boca,

Tiembla, se vierte en ti

Y canta germinal en tu garganta.

José Ángel Valente

Los temblores nos recorren alrededor de la vida: sismo o seísmo desde este país siniestro y paradisíaco y nebuloso, de brumas terrestres y de alucinaciones celestiales nos achacan y nos saludan —de una forma u otra— cada tanto tiempo cercano desde las inmediaciones de nuestro nacimiento hasta las últimas fibras de nuestra muerte, nos causan el susto de nuestra vida —hasta llegar a tener una fobia total cuando se nos mueve el tapete: tremofobia le llaman a esa experiencia traumática—.

Un temblor nos secuestra después de una emoción impactante, conmocionante y/o conmocionadora (sic) que nos estremecerá además del cuerpecito, el alma, nuestro espíritu infranqueable, nuestro corazón impasible y la relación del centro de nuestra energía vital con la bomba trepidante de sangre.

Un temblor como movimiento oscilante, involuntario, como una sacudida brusca y pasajera y, sin querer queriendo, lleno de un ritmo interno que se manifiesta en nuestra estructura protectora de conciencias puras e impuras al borde de la realidad que se pasea enfrente de nuestros ojos.

Un temblor de orgasmo como grito de un deseo satisfecho: músculos compenetrados, retroactivos, relajados y firmes en tensión continua, revitalización atmosférica después de un barco sinuoso, reencuentro desaforado de la tranquilidad y de la armonía y de la paz, conjunto desarticulado que articula emociones y sentimientos encontrados al lado o por encima o por debajo de un par de cuerpos deslizados después de la batalla reglamentaria, desafiante, atrevida y ausente de los sinsabores primarios de la rutina que nos azota.

Temblor: fenómeno de liberación de la energía acumulada en forma de ondas horizontales, verticales, sinuosas. La metáfora es inducida, fácil y rápida, la tomamos y la deshacemos, la empleamos y la manipulados. De eso se trata todo esto: la invención, la evolución, la creación, el mundo en sí mismo, el lenguaje, nuestras palabras.

Seremos, somos, fuimos en la ondulación marcada y remarcada porque las cosas se mueven, aunque no caminan, sí se mueven y los volcanes retumban y la tierra se estremece.

Temblor: hecatombe, vibración, agitación, traqueteo, vibración, oscilación, tiritar, convulsión…

El escritor y poeta José María Arguedas dice, en 1966, en su «himno» bilingüe (quechua y español) Katatay Temblor, «luego de haber visto bailar a mis hermanos, hijos del pueblo de Ishua residentes en Lima»:

¡No tiembles, dolor, dolor!

¡La sombra de los cóndores se acerca!

—¿A qué viene la sombra?

¿Viene en nombre de las montañas sagradas

o a nombre de la sangre de Jesús?

—No tiembles; no estés temblando;

no  es sangre; no son montañas;

es el resplandor del Sol que llega a la pluma de los Cóndores.

Temblamos y nos movilizamos, cambiamos, andamos. Dicen que no es solo de miedo sino que nos despojamos del pasado, de lo anterior, del sórdido y nefasto momento de confusión y desorientación, nuestros cimientos sueltos y/o flojos se derruyen uno a uno e inicia el ciclo de renovación.

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