Si la calle pudiese narrar una historia, quizás hoy nos contaría la de una mujer joven, veinteañera quizás (una historia aburrida, por cierto, pues se repite día tras día). Un silbido al salir de casa, otro al cruzar la calle, una palabrota al subir la pasarela y el riesgo latente de escuchar otra peor al bajarla. De repente, un bocinazo al llegar a la parada de autobuses, un sujeto desconocido quiere hacerle saber lo bien que le talla el pantalón que lleva puesto. Ella se resigna a su suerte y simplemente no dice nada a pesar de que se siente incómoda y fastidiada. Así los días transcurren y el acoso callejero aumenta.
Sin embargo, aún hay quienes se preguntan: ¿acaso esto a lo que le llaman «acoso callejero» no es más que una exageración de algunas mujeres? Lo triste es que aunque la pregunta tiene una respuesta demasiado evidente, pocos son capaces de entenderla. Por desgracia, el acoso callejero en nuestro país y generalmente en la región, además de ser una constante, es un reflejo del machismo que aún está enquistado en nuestra psique.
En otras palabras, lo más grave de este tipo de situaciones es que existe un grueso de la población que considera «normal» que las mujeres sean violentadas de esta forma mientras caminan por las calles. En el peor de los casos se escuchan comentarios, tanto de hombres como de mujeres (sí, de mujeres, aunque usted no lo crea) que aseguran que los silbidos y las vulgaridades deberían hacer sentir halagadas a las mujeres que los escuchan. Es por ello que el acoso callejero, como otros rasgos de machismo, se deriva de un cúmulo de ideas erróneas que nos han inculcado tanto en casa como en otros ámbitos sociales.
Desde temprana edad a las mujeres se nos dice que debemos evitar ciertas prendas para que no nos «digan cosas feas». Asimismo, desde temprana edad, hay varones que aprenden a acosar, a ejercer un rol dominante sobre las mujeres, quienes no deben nunca cuestionar el porqué de las circunstancias que las rodean en su entorno inmediato. Viendo las cosas desde este ángulo vemos que hay algo muy retorcido en el imaginario colectivo de nuestra sociedad, por lo cual, enderezar esa perspectiva nos corresponde a cada uno de nosotros.
No obstante, enderezarla no es cuestión de tolerancia, pues tolerar el acoso callejero es fomentarlo. Se trata, en primer lugar, de entender que estas situaciones no son normales, y en segundo término, que lo que procede en estos casos es no quedarnos calladas sino defendernos, cuidarnos entre nosotras y denunciar. Cada vez que una de nosotras calla, la historia se repite nuevamente. Se puede colocar punto y final a esa historia en tanto exista una voluntad colectiva de ponerle un alto de una vez por todas al acoso y a cualquier rasgo de ese machismo que de una u otra manera nos afecta a cada uno de nosotros, tanto hombres como mujeres.
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¿Quién es María Alejandra Guzmán?