¿Qué nos queda a los guatemaltecos?


María Alejandra Guzmán_ Perfil Casi literalPara ser franca, las pasadas elecciones me han dejado un sabor amargo, hondos suspiros de desaliento  y una gran pregunta en la mente: ¿Qué pasará ahora que ha resultado electo un hombre sin la suficiente experiencia en gestión pública y que asumirá la presidencia en un momento en el que la situación del Estado es tan crítica?

Aún es pronto para hacer un vaticinio que pueda ser certero; sin embargo, estoy convencida que los comicios electorales pasados evidenciaron el grado de corrupción, no solamente de la clase política guatemalteca sino de todo un sistema que en los últimos años ha beneficiado únicamente a funcionarios públicos, ciertos empresarios y otras figuras de similar influencia política y económica.

Si hacemos una retrospectiva del proceso electoral, nos daremos cuenta de que ninguna propuesta política era convincente. Los debates polémicos, señalamientos por gastos de campaña cuestionables y por actos de corrupción, el desconocimiento absoluto del funcionamiento de nuestro Estado y discursos plagados de falacias fueron los protagonistas de una campaña política que dejó mucho que desear.

Peor aún, este proceso evidenció que todavía somos víctimas de un sistema que por medio de diversos sectores de poder —eclesiásticos, empresariales, etcétera— pretende engañarnos afirmando que “informándonos” vamos a elegir al “mejor” candidato, cuando en realidad, si la mayoría de guatemaltecos tuviese el suficiente juicio crítico para investigar a profundidad a los postulantes, creo que la decepción colectiva sería mucho más grande y quizá el accionar ciudadano hubiese sido distinto durante este proceso, pues las demandas aumentarían al igual que el descontento.

Lamentablemente, también la falta de criterio y la apatía política en los ciudadanos es causada, en parte, por las deficiencias educativas de las cuales siempre hemos padecido como país y que cada cuatro años salen a colación en los debates políticos carentes de argumentos sólidos y que solamente dejan frustración en quienes anhelamos una Guatemala diferente.

Y qué decir de todo el contexto histórico y político detrás de estas elecciones. Lo razonable era posponer los comicios electorales debido a la coyuntura de estos últimos meses, pero no fue así. Obviamente, para contar con funcionarios públicos que desafíen el sistema y tomen decisiones con tal nivel de sentido común y buena voluntad política, todavía nos hace falta un largo trecho por recorrer a nivel de país.

Por otra parte, este proceso hizo notar cuán necesaria es la próxima aprobación a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, puesto que no es posible que un voto nulo no sea válido cuando este tipo de sufragio también refleja el sentir de un ciudadano que ha sido defraudado por la clase política. Si este voto tuviera validez tendríamos verdadero poder ciudadano.

Sin embargo, la legislación actual aunada a un sistema sumamente corrompido genera un síndrome llamado “votemos por el menos peor”, acción que genera un círculo vicioso que se repite cada cuatro años y que gira con tal fuerza que nos está llevando a un abismo de desolación, frustración y, en el peor de los casos, una terrible apatía.

Esto no es democracia real, puesto que el porcentaje de abstencionismo casi siempre ha superado al de votos a favor del candidato electo, por lo cual, una vez más, un nuevo gobierno asumirá el poder bajo la sombra de la desconfianza ciudadana y la falta de representatividad.

Es entonces cuando surge esta pregunta: ¿Qué nos queda a los guatemaltecos, cuando una vez más vemos un proceso electoral que deja más sinsabores que alegrías y más temor que confianza? Descubrir la respuesta a tal interrogante es el reto que nos tocará afrontar durante los próximos cuatro años y quizá unos cuántos más.

Sin embargo, creo que este año algunos hemos despertado del letargo que nos impedía ejercer ciudadanía, lo cual sí es alentador y aplaudible, pero aún faltan soñolientos por despertar porque todavía el sueño a nivel colectivo sigue siendo profundo y denso. No obstante, quizá darnos cuenta de la gravedad del problema y tener un mínimo grado de voluntad de cambiar la situación puede ser un buen comienzo.

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1 Respuesta a "¿Qué nos queda a los guatemaltecos?"

  1. Leo De Soulas dice:

    Sin duda todavía nos falta mucho, un larguísimo camino, pero es mejor comenzar a andar a quedarse aletargado.

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