En Unos cuantos escritores, todos muertos, Bernard Quiriny narra la fugaz vida de Pierre-Alexandre Skovski, un dandy. Escribe: «De los diecisiete a los diecinueve años escribió seis novelas―dos de ellas en ruso―. […] A los veinte años quemó todos sus manuscritos, los reescribió y volvió a quemarlos […] Un año más tarde se pegó un tiro en la cabeza después de haber garabateado estas palabras en un rincón del escritorio: “He vivido mucho; me estoy haciendo viejo. Me voy.”»
Quiriny quizá pensaba en Rimbaud al escribir el relato. Yo tengo una lista más larga: Ricardo Gómez Robelo, Carlos Díaz Dufoo Jr., Jorge Cuesta, Melvin René Barahona, Orlando Vitola y Óscar Arturo Palencia, los fugaces. La mayoría no vivió más de cuarenta años y no dejaron más que uno o dos libros publicados. Mis próximos artículos rendirán homenaje a su memoria.
Melvin René Barahona nació en Izabal en 1931 y se suicidó en Buenos Aires en 1965. Dejó pocas obras: Sonetos al amor suicida, Oda al espantapájaros, Guitarra en el exilio (inédita) y Almirante del alba (póstuma). Fuera de una breve ― o más bien minúscula― biografía en un sitio de Internet y una mención en Los nombres que nos nombran, Barahona ha dejado de sonar en la memoria, tan joven e inmadura, de nuestra literatura.
Barahona fue un hombre encadenado a su época. Exiliado desde 1954, emigró a Argentina y desde ahí prosiguió su obra, poética y política, pero sucumbió a la tristeza del destierro y acabó con su vida en noviembre de 1965. Miguel Ángel Asturias escribió el prólogo a su Guitarra en el exilio, pero el texto no vio la luz.
Lo que permanece escrito es altamente nostálgico y politizado. Barahona fue un escritor idealista, pero decepcionado de la primavera fallida, y melancólico de su propio estado. Escribe:
La invasión
Apagad vuestras lámparas…
que viene la aviación.
Apagad vuestros cigarrillos…
que viene la aviación.
Apagad la sonrisa de ese niño…
que viene la aviación.
Su Oda al espantapájaros es un poema comprometido. De haber vivido más tiempo y haber tenido mayor divulgación, Barahona quizá habría desarrollado su poética: la militancia campestre, un sincretismo entre la hoz y el trigo, entre el martillo y la cosecha. Escribe:
Yo te amo, Espantapájaros, como te amé de niño:
con asombrado amor.
Amo tu indiscutible militancia en el trigo.
Gigante de la albúmina.
Porque sin ti la harina no diera su blancura
ni el maíz su fragante sonrisa iluminada.
¿Qué sería del pan sin tu presencia,
oh mudo capitán de las espigas?
¿Qué sería, di hermano, de la avena,
sin tu esplendor raído?
Pues que a imagen y semejanza
del hombre has sido creado,
crecerás victorioso como el hombre en la tierra.
Oh almirante del alba;
abuelo inigualable de la pajarería;
gigante de la albúmina,
capitán de la espiga.
Barahona era un poeta del proletariado. Creció en la pobreza y llegó a ser secretario de letras del grupo Saker-Ti, (Morales Santos, 1983). De su suicidio y sus motivos no tenemos noticias, pero quizá el poeta nos dejó pistas en su obra.
Todo pasará
…y todo pasará
Y yo estaré contigo en la mañana
de las reconstrucciones.
Sí. Estaré en Zacapa
y estaré en Chiquimula;
estaré en todas partes
por donde la muerte anduvo
desalojado la esperanza.
Yo estaré ahí para hacer
la sangre náufraga de los ladrillos muertos.
Para enjugar la última lágrima vertida.
Estaré allí para borrar con mi frente los escombros
y los recuerdos inútiles.
Lo recordamos hoy, y yo espero que donde él esté pueda sonreír y volver a declamar:
Y seguiré naciendo definitivamente…
Y seguiré cantando definitivamente…
Con guitarras sencillas populares y humanas
Cual las canta mi pueblo.
†
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