Nadie quiere escuchar a los robles sabana


El mundo ha vivido con la realidad del calentamiento global desde hace décadas. Y cuando escribo «el mundo» no me refiero a eso que alude la expresión popular «todo el mundo» y que incluye a la totalidad de sus habitantes, porque la realidad es que muchísimas personas aún lo niegan.

O bien —y esto me parece igualmente grave— dicen que el planeta siempre ha pasado por cambios dramáticos como las glaciaciones o la extinción de los dinosaurios, y que este apenas será uno más. Este argumento es peligroso porque ignora un punto crucial: que este dramático cambio, por primera vez en 4 mil 600 millones de años de existencia del planeta, por primera vez lo provocamos la especie habitante dominante: los humanos; esto desde hace 200 y pico de años.

Estamos hablando de que, como especie, en apenas poco más de 200 años hemos provocado un calentamiento global como nunca ocurrió en los 199 mil 800 años anteriores de la humanidad; y como jamás ocurrió con ninguna otra especie durante los 4 mil 600 millones de años de la Tierra.

Aunque mis cálculos o los de mis fuentes fueran inexactos por cien, doscientos o hasta quinientos millones de años, aún así el asunto no deja de ser asombrosamente inaudito y alarmante cuando tomamos en cuenta que los dinosaurios no fueron los que provocaron su propia extinción, y ningún ser vivo fue responsable del comienzo ni del fin de las eras glaciales. Pero el calentamiento global, en cambio, es un hecho inédito porque ha sido provocado por los mismos habitantes del planeta… o más específicamente los seres humanos; y han sido el resto de los seres, los no humanos, los que han pagado las consecuencias hasta ahora.

Creo que pocas personas, al menos en Occidente, se quedaron sin ver la dramática imagen que se volvió viral del enorme oso polar con sus cuatro patas juntas, tratando de sobrevivir en medio metro de hielo en el mar Ártico. Por ser los humanos los causantes de la tragedia que ya vivimos y que muy probablemente terminará con nuestra especie, los científicos le han cambiado el nombre a nuestro período: ya no lo llaman el Eoceno, sino el Antropoceno.

Cuando escribí «el mundo» al principio de este artículo no incluí a mi país, Costa Rica. Para la mayoría de los ticos el calentamiento global, si acaso existe, ocurre en otros lados, pero en Costa Rica no, qué va. Para la mayoría este es el país del «Pura Vida» y se dice que aquí solamente cosas buenas pasan, y que si el año pasado la estación lluviosa no empezó en mayo como debe ser, sino a principios de julio, pues que este año todo volverá a ser normal, y que lo del año pasado fue solo un pequeño error de cálculo de la naturaleza y pues, qué le vamos a hacer, ¿no?

En mi vida me tocó vivir muchos años fuera del país: entre Londres, París y La Haya. Pero los últimos veintitrés años los he pasado aquí en Costa Rica y por ello puedo dar fe de que este mes de marzo que acaba de terminar ha sido el más caluroso y seco que me ha tocado vivir desde que regresé (y mientras tanto abril continúa igual).

En Guanacaste, la provincia del Pacífico norte, las temperaturas sobrepasaron los cuarenta grados Celsius. Siempre ha sido la provincia más seca y ardiente (con excepción de la península de Nicoya que es más arbolada) porque los colonizadores cortaron todos los árboles y convirtieron los bosques en sabanas para criar ganado en lo que hoy todos llaman con gran algarabía «la pampa guanacasteca», como si se tratara de un hábitat natural y no de un destrozo humano.

Para que nos demos una idea más cotidiana del asunto, por la falta de lluvia, el Instituto Costarricense de Electricidad —una de nuestras instituciones emblemáticas y que hasta ahora siempre había funcionado muy bien— ya no puede suplir energía hidroeléctrica, pues los embalses están en su punto más bajo. Y como para los ticos no se toma en serio eso del calentamiento global —es decir, que no explotan la energía geotérmica de nuestros volcanes, y las lagunas hirvientes del Miravalles y del Rincón de la Vieja solo sirven para asombrar a los turistas— se tiene que generar electricidad con petróleo.

Quizá algo que como país nos ha hecho dormir en nuestros laureles son esas listas y noticias cada vez más desactualizadas —y algunas muy descontextualizadas, por supuesto— que colocan a Costa Rica como un referente mundial en medio ambiente. Claro: en un «mundo» que ambientalmente ya está hecho pedazos eso puede ser un logro, pero también se corre el riesgo de enceguecerse y no darse cuenta de la realidad más allá de esas listas, y no se toma en cuenta de que aún se puede hacer más. No está de más decir que para mí este tema de Costa Rica como «país ecológico» me parece toda una farsa de relaciones públicas, pero los ticos que sí se la creen son incapaces de ver, por ejemplo, que las temperaturas del mes pasado y de lo que va de este abril son absolutamente anormales.

Y como ni las autoridades de gobierno ni la gran mayoría de los costarricenses quieren prepararse para el calentamiento global —y al parecer solo les basta seguir apareciendo en esas listas de CNN y la ONU para hinchar el pecho de los ticos y atraer turistas—, otros seres fueron los que tuvieron que gritar. Sí: los robles sabana del bulevar Rohrmoser, en San José. Esos árboles altísimos con flores que van del rosado intenso al casi blanco florearon este mes de marzo como nunca los había visto florear en veintitrés años, acaso como gritándonos «¡Tenemos que dar el máximo de hijos al mundo porque vamos a morir de sequía y de calor!».

Calentamiento global, Robles sabana, San José, Costa Rica_ Casi literal

 

Pueden verlos en la foto que les comparto acá, pero nadie, y ni siquiera los costarricenses, son capaces de escucharlos.

Ver todas las publicaciones de Anacristina Rossi en (Casi) literal

¿Cuánto te gustó este artículo?

Califícalo.

4.5 / 5. 4


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

desplazarse a la parte superior