“El amor exige «expresión».
No puede permanecer quieto,
no puede permanecer callado,
ser bueno o modesto;
no puede, jamás, ser visto sin ser oído.”
Cíntia Moscovich, Dos iguales
El amor entre dos personas del mismo sexo ya no debería ser un tema sensible para nadie. Ya pasó aquella época de oscurantismo en la que nos criaron a muchos de nosotros, razón por la que, en algún momento, cultivamos y reprodujimos prejuicios erráticos.
Pese a que nadie debería ya de cuestionar las preferencias sexuales de ninguno, seguimos estancados en el anacronismo ridículo. Persisten los mismos señalamientos absurdos y las burlas sin el menor sentido, situación que solo evidencia un temor discutible desde la propia interioridad. Ah, pero todas esas mofas y los chistes de mal gusto al respecto de las personas homosexuales van de la mano con una soberbia hipocresía. ¿A qué me refiero con esto? A la homofobia selectiva.
Una relación entre dos mujeres no parece molestar a quienes la minimizan y deconstruyen desde la pornografía. Confunden amor y relación de pareja con sexo pornográfico y es ahí donde comienza todo el problema en cuanto a la tolerancia de las relaciones sentimentales entre personas del mismo sexo.
Hay personas que sienten cierto repudio injustificado con solo pensar en una relación sexual entre dos hombres, y sin embargo cuando piensan en una relación sexual entre dos mujeres argumentan: «Ah, eso cambia. Es más sensual, es más rico». Todo se reduce a sexo. Evidentemente hay una distorsión de dimensiones inimaginables de conceptos y de contextos que llevan a las personas a aceptar la homosexualidad femenina desde la comodidad de sus necesidades machistas masturbatorias, que poco o nada tienen que ver con una relación de pareja entre dos personas del mismo sexo, o dos mujeres, para ser más exactos. Por ello, a las mujeres de la vida real y fuera de pantalla que viven una relación de pareja con otra mujer las califican de machorras, marimachos y cualquier palabra peyorativa; homofobia hipócrita y selectiva, como lo dije anteriormente.
Para algunos heterosexuales el lesbianismo es válido solo detrás de una pantalla (y mejor si es con mujeres muy atractivas), o bien, en una relación donde se les involucre como tercero en una situación de dominio y complacencia. Pese a que el amor entre dos mujeres es posible, la pornografía ha hecho de esto una herramienta que refuerza el machismo porque para quien busque este tipo de material pornográfico no importa el amor o la condición humana del objeto de su estimulación; es afuera donde aflora el reduccionismo para con las mujeres lesbianas y donde el amor es una cuestión que se ve como desfase mental y degeneración. ¡Es lamentable!
Como dije antes, el amor pleno y sano es posible tanto en personas heterosexuales como en personas homosexuales. Eso es lo que plantea la escritora brasileña Cíntia Moscovich en el libro publicado en 1998, Dos iguales: una historia de amor entre dos mujeres de diferentes condiciones religiosas y sociales. Vale la pena leer la novela por el planteamiento del amor entre Ana y Clara. En ella la escritora va más allá de la exploración de la relación lo física y sexual entre ellas, rozando con sensibilidad el cuestionamiento a los paradigmas que rigen los círculos a los cuales cada una de ellas pertenece. Clara pertenece a la comunidad judía y esta condicionante da al libro un propósito desmitificador que posiciona al lector en una disyuntiva al respecto de su propia condición. Con este libro supe cuán compleja es la intimidad cuando se la vive en un nicho represivo, donde las acusaciones golpean duro en donde más duele: en el ser amado.
El aporte de Moscovich no es pequeño; su novela es un manifiesto para que el amor de pareja entre dos mujeres, así como cualquier amor no heterosexual, sea aceptado tanto como lo es el amor entre un hombre y una mujer. Pero la última palabra, como siempre, está en nosotros. O somos hipócritas y diezmamos nuestra aceptación hacia la homosexualidad, o somos sensatos y aterrizamos de una vez al suelo que pisamos.
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