Hacernos el amor


Gabriela Grajeda Arévalo_ perfil Casi literalEl otro día leía en el muro de una amiga: «Estoy haciendo lo mejor que puedo, esta es mi primera pandemia». Y es que todos los días una oleada de incertidumbre nos azota. Leer los diarios es tener desasosiego. Peleas, odio, pensamientos inconexos, puntos de vista bifurcados, amistades que se pierden. ¿Cómo podemos pensar en nosotros cuando lo único nuestro que sale y respira es una fotografía?

Y como si esto no fuera suficiente, también está ese tema en el que debes hacer y hacer porque «tienes tiempo libre». ¿Qué has hecho tú de productivo? Pero como me dijo el otro día mi padre, «Estas no son unas vacaciones con todo pagado». La angustia guía la agenda, nos subimos el ánimo unos a otros aunque con el paso del tiempo nos hacemos falta a nosotros mismos cuando nos olvidamos de que existimos.

Alguien se preguntará si es eso posible, yo le preguntaría de nuevo: ¿cuándo fue la última vez, este año, que se rio por tonterías hasta que le dolió la panza, que se comió ese pastel que engorda sin culpa, que se desveló leyendo y se sintió dichoso haciéndolo? ¿Cuándo fue la última vez que vio el cielo y no sintió miedo?

Hacernos el amor, mientras el espejo devuelve el reflejo de ese cabello desaliñado en el que asoman ya algunas canas, es permitirnos entender que valemos. Creerse precioso es algo mucho más necesario que cualquier cita de Pinterest, de esas que te adivinan la vida y le dan cierto sentido, pero que se pierden entre la rutina de todas esas banalidades que compartimos. Es aceptarnos sin necesidad de que nos acepten otros. ¿Qué nos permitimos para ser felices en medio del abismo?

Sí, darnos permiso de alegrarnos por la pared del otro lado de la ventana. Imaginar cómo jugarían los niños en esa cancha vacía sin que nos dé pena sentirnos raros; sin pensar que somos un estereotipo; que cabemos en un esquema; que somos una estadística, otro punto más a tantas íes. Otro ser que será olvidado cuando muera.

Estás en cuarentena, no es tu obligación componer la onceava sinfonía. El tiempo no es de los otros, aquellos que se la pasan juzgando; el tiempo, como los libros, es personal. Algo que ha quedado relegado en esta modernidad podrida desde que exponemos nuestra vida para que sea escudriñada. El mundo cibernético de las redes sociales, ese enjambre de mentiras e hipocresía, se ha convertido también en un inmenso juzgado que afecta más de lo que debería.

Hacernos el amor, entonces, en medio de todo este abandono, es apreciarnos, permitirnos momentos nuestros y encontrarlos entre esos resquicios que nos deja el día. ¿Cuándo fue la última vez que te compraste esa cosa que te gusta, por muy tonta que sea, pero que te hizo sonreír tanto que se te ajaron los labios? Y es que está tan trillado el amor, que en raras circunstancias se piensa en él como algo individual también; algo que nos debe consumir y regir para que sea más fácil poderlo ofrecer. Crecimos y quedó relegado como ese puente que un día se dejó de usar. Esa caricia en la que no pensamos, ¿nos hará falta?

Este día hazte un favor —y me lo escribo también a mí como una especie de mantra, como ese correo a mí misma que una amiga querida me aconsejó que me escribiera—: date un baño largo, compra tu comida favorita, ve ese programa que dejaste en pausa y nunca reanudaste, dale un abrazo a quien tengas al lado, salta un poco en tu cuarto con la música que te guste, cepilla tu cabello como lo haría un peluquero, desempolva esa ropa que lleva mucho tiempo colgada y pruébatela frente al espejo. Sonríete. No todas las sonrisas deben ser para los demás, también pueden ser para ti.

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