El absurdo de Los años sucios


Lucía Aguilar_ Perfil Casi literalIronía, sarcasmo, alusión a lo absurdo y la muerte del prototipo de «macho» son situaciones que aborda Luis Aceituno en su último libro titulado Los años sucios. Los trece relatos que componen este volumen reúnen personajes que viven entre la adolescencia y la edad adulta y deambulan por escenarios de la Antigua, Paris y la ciudad de Guatemala. La primera vez que Luis publicó este libro fue en 1994, sin embargo, recientemente lo reeditó y publicó añadiéndole dos nuevos relatos.

En la mayoría de narraciones, como en «Love Story», los personajes carecen de un propósito o meta (el leitmotiv). Ya sea el por la falta de valor para enfrentar la realidad o la simple carencia de propósitos, los personajes nunca saben a dónde ir y lo único que hacen es perder el tiempo en la parranda. «Acuden al placer fugaz que dan los tragos y lo erótico», afirma Aceituno. Cuentos como «Dos extraños en la noche» retratan, además de una patente inmoralidad, la resolución de estos vacíos a través de los vicios comunes que comparte todo gremio artístico nacional contemporáneo.

El uso experimental del lenguaje, tanto en forma como en estilo, es una de las características más persistentes en los relatos. Narraciones como «¡Que viva el rollo!» presentan diálogos sin sentido, palabras sueltas que parecieran no cumplir ninguna función específica en el relato. Lo mismo sucede con la reiteración de los escenarios, donde las noches de parranda en la Antigua son las mismas en muchos cuentos. Esto se deba quizá a la influencia del teatro del absurdo de Ionesco y otros que el autor afirma tener. Él mismo lo aclara: «lo experimental para mí es intentar retratar un absurdo donde no encontrás el sentido a nada, las noches se repiten, es el mismo trayecto y los mismos diálogos vacíos de sentido».

Una de los detalles que más llamó mi atención es la muerte del prototipo de hombre en la sociedad guatemalteca. En palabras del Luis, «en el libro, el macho comienza a morir en el punto en que un personaje no logra producir un orgasmo. Allí los roles entre personajes se revierten y la mujer es quien tiene el control del placer». Sin embargo, ante esta afirmación, agregó que los personajes femeninos nunca logran sobreponerse al aprovechamiento sexual del actante. Las mujeres siempre se retratan como objetos vulnerables de los cuales se toma ventaja sin mayor culpa o conciencia. Lo más curioso del caso es que este libro fue reeditado y publicado por Ediciones El Pensativo, una editorial que defiende la ideología feminista. No obstante, así como explica Luis, el objetivo de esta publicación es apoyar una idea a través de desnudar otra. «Para mí es un libro que habla de la muerte del macho ya que, aun si los personajes femeninos están un poco oscuros, al principio todos ellos tienen la posibilidad de decir que no. Todos los personajes femeninos son enteros y los masculinos un fracaso».

En cuanto al lenguaje, los relatos de Los años sucios se componen del uso coloquial directo y anecdótico de la palabra escrita. A la hora de escribir los cuentos, su principal objetivo fue resaltar lo cotidiano, el argot y el voseo. Así como afirma: «escribir los cuentos en un lenguaje cotidiano permite que el lector se acerque a la vida, que se pueda apropiar de las historias… Cuando escribí estos cuentos solo tenía presente que el tono debía ser vital y el lenguaje debía ser así como es, porque utilizar otro tono distinto era traicionar a los cuentos mismos».

En definitiva, Los años sucios, a pesar de ser un libro que ya habíamos leído antes y podríamos tener guardado en nuestras casas, es un claro ejemplo de que los cánones de la literatura contemporánea guatemalteca siguen produciéndose: narraciones contadas como fragmentos dispersos, relatos cotidianos, excesivo uso coloquial de lenguaje, finales endebles, personajes que parecieran perseguir algo pero al final no saben si era lo que en realidad deseaban, tramas que nacen de parrandas, drogas y que al final caen en la ironía erótica. La lectura de este título es ideal para recordar el estilo desenfadado y socarrón ―tan característico de la literatura guatemalteca― que se identifica por ir detrás de los grandes intelectuales del siglo pasado y relatar, de manera distinta, los mundos que todos ya conocemos.

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