RBD fue una popular banda mexicana que a principios de la década pasada saltó a la fama gracias a la telenovela de nombre Rebelde. Esta telenovela representaba un melodrama de aventuras y rebeldías cuasi adolescentes de un grupo de jóvenes burgueses y arrogantes molestos consigo mismos, cuyos privilegios económicos eran evidentes pero que, a pesar de ello, no se explicaban cómo el tedio y el enojo les abrazaba constantemente. Claro, esa frivolidad e insolencia de berrinche representaba un tipo de rebeldía ocasionada por el poco apoyo, la falta de reflexión honesta y un acomodamiento que hace confiar en supuestas certezas que pueden derrumbarse en cualquier momento sin importar la condición económica de la persona.
El síndrome del rebelde RBD en la actualidad se circunscribe al perfil del rebelde sin causa como paladín y miembro activo del ideario hegemónico. Cabe mencionar que aquellos que lo padecen no son tan jóvenes como los personajes de la telenovela, ni tampoco del todo despolitizados, pues incluso están quienes han contado con el privilegio de cierta formación política pero cuyas prácticas sociales suelen caer en insolencias infantiles cuyo tono se asemeja a la escalofriante tonadita del éxito musical de aquel grupo cuyo coro reza «y soy rebelde, cuando no sigo a los demás», sin tener muy claro el porqué de esa actitud. Y es que aquellos que padecen dicho síndrome acostumbran, por ejemplo, a estar de acuerdo con enterrar las ideologías o los imperativos revolucionarios sustituyéndolos, entonces, por una postura que consiste en mostrarse molestos, «transgresores» y diferentes (sin seguir a los demás), cosa que podría considerarse loable sino fuera por el hecho de que todo ese paquete conductual les fue vendido dentro de las mismas lógicas del mercado capitalista.
El rebelde RBD como buen hijo de la guerra considera la memoria histórica y los argumentos de generaciones de antaño como algo del pasado o de poca importancia, como poco les importaba a los rebeldes de la telenovela las palabras de sus mayores, a las que hacían oídos sordos sin considerar ningún dialogo o reflexión al respecto. Los rebeldes RBD, quizá inconscientemente, han ayudado a ese invento de la brecha generacional, a esa ruptura sistémica del diálogo intergeneracional cuyo fin es consumar una efectiva política segregacionista. Claro, algunos logran manejar cierta crítica pero esa angustia que implica cada proceso de desalienación los ha debilitado carcomiéndoles su psiques y sensibilidades y, al mismo tiempo, obnubilándoles su capacidad de canalizar esa rebeldía de mejor forma.
El rebelde RBD, más allá de estar molesto con el sistema, lo está con él mismo. El rebelde sin causa de antaño en ocasiones apostaba por el mero motín, el cual es válido y en ocasiones aplaudible, pero también limitado y carente de estrategia. Al rebelde RBD de la actualidad le es más que suficiente con la crítica-posmo que es un fin en sí misma y que poco tiene que ver con la duda metódica o el pensamiento crítico que son un medio para intentar transformar la realidad. Como no podía ser de otra manera, desprecia las luchas con las que no se siente afín asumiendo como más importante las que le traerían algún beneficio sin considerar sí quiera que tanto unas como otras posiblemente se circunscriban entre sí.
En la telenovela mexicana estos jóvenes frecuentaban antros de moda exclusivos. Bueno, a los rebeldes RBD es probable encontrarlos en galerías de arte o bares específicos donde el encajar dentro del estereotipo implícitamente dictado es parte central de sus valores. Ya Erich Fromm, en sus ensayos sobre la desobediencia, mencionaba la profunda diferencia entre una rebeldía donde la energía es dirigible a favor del sistema y el consumo, y por otro lado, la rebelión como un posicionamiento profundo y consciente de la importancia de resistir y revolucionar(nos) constantemente, tanto a nosotros mismos como a la realidad desde una postura vivaz y una estrategia político radical.
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