Ese levantamiento masivo, digamos espontáneo, por parte de la clase media urbana tras el caso SAT, que brindó jornadas históricas y donde parecía encontrarse una luz dentro de este túnel oscuro que se forma gracias a la indiferencia y el egoísmo, parece haberse apagado. Esto, desde mi percepción, responde a la evidente despolitización sistemática de la sociedad que da graves resultados; entre ellos la dificultad de articular y la obediencia como autómatas al discurso hegemónico. Un claro ejemplo es el guatemalteco urbano promedio, quien lamentablemente se tragó el cuento de que con las renuncias de Roxana Baldetti y Otto Pérez Molina, así como la anulación de Baldizón a través de la satanización mediática, la misión estaba cumplida y Guatemala ya había cambiado; lo cual es, evidentemente, un error.
Claro, no seré yo quien emita un linchamiento por esta vía a todas las jornadas de los días sábado, pues hubo momentos en verdad enriquecedores y reveladores (algunos bajo fuerte lluvia y tormenta) donde se observó unión, en varias ocasiones interétnica, intergeneracional e interclasista, y donde la horizontalidad pareció ser posible aunque muchos reconocíamos que la aparición de ciertos liderazgos incidentes resultaría necesaria en bien del movimiento y que las ansias de inmediatez no debían ganarnos.
Sería injusto ignorar que se dio una necesaria reinvención en la estética de la protesta, así como invisibilizar que hasta el día de hoy sobreviven y toman fuerza muchos colectivos que asistieron a la mayoría de estas manifestaciones, y que están conformados por personas que desde su singularidad hace buen tiempo se encuentran en el constante esfuerzo del análisis, así como en la exigencia y condena al Estado corruptor. Colectivos de personas que hemos salido a las calles a manifestar en reiteradas ocasiones mucho antes de esta coyuntura y que comprendemos la importancia de formarnos políticamente, así como reconocemos que la crisis es consecuencia histórica y que repercute política, económica, social y éticamente sobre las mayorías, y que por ende, se debe escudriñar meticulosamente los flagelos sociales que se padecen acá; y así, desde la radicalidad y osadía, buscar encarar la difícil lucha por soluciones estructurales.
Pero también sería un acto de mala fe no ser críticos y no observar cómo se encuentra hoy el país, pues es de reconocer que si bien se ha creado un precedente, Guatemala no despertó del todo y corre el riesgo de dormir otra vez. Y es que está claro que este no es un mejor país después de la renuncia de los Patriotas, tampoco tras haber sacado del juego al del partido rojo. Acá, las élites del poder que dominan desde 1954 continúan maniobrando a su antojo las reglas del juego. Aunque si bien es verdad que ciertos sectores de la élite económica guatemalteca se han dividido, continúan con más fuerza de lo que muchos creen.
Parece entonces que tuvimos frente a nosotros una valiosa oportunidad de comenzar a buscar la transformación del sistema y al final muchos únicamente pararon obedeciendo a un guion geopolítico del Tío Sam con esa complicidad casi de enamorados que tienen con el CACIF. Porque ahora la mayoría de esa ciudadanía que por fin parecía haber despertado ha vuelto a la tranquilidad, solo que ahora con jactancias de patriotismo y con su voto puesto en un peligroso nacionalismo-populista que lamentablemente se avecina para que todo siga igual o peor. Vaya si no resulta complicado el panorama que se vislumbra en los posibles escenarios políticos que vendrán en las próximas semanas y meses.
La búsqueda por transformaciones reales necesita de resistencia y trabajo y, esa lucha, por supuesto, no tiene un tiempo determinado. Por eso mi posicionamiento ético y político es continuar deslegitimando un sistema creado a través del despojo, la desigualdad, la cosificación, la represión y la explotación, entre muchos vejámenes más. Es por eso que habrá que deslegitimar desde ya al próximo gobierno, de exigir al congreso las reformas y a la CICIG (porque no es de amarla, como muchos decían, sino de exigirle) que haga públicos los nombres de “La línea 2”. Debemos continuar trabajando en la construcción del diálogo y del pensamiento crítico, hacer política de calle, deconstruir paradigmas discriminatorios, involucrarnos, movernos. Solo así podemos comenzar a hablar de una transformación al Estado. El panorama es desalentador, pero la inacción no es una opción y no hay excusas, pues como dijo aquel referente francés de un ojo torcido (que por su contundencia, dicha frase puede hacer mucho ruido en tiempos de suavidad posmoderna); “No hace falta esperanza para obrar”.
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En realidad, no es primera vez que me ha tocado presenciar jornadas de manifestaciones. Durante los años 80 presencié muchas, porque la gente en esa época era más aguerrida, aunque tal vez menos consiciente. Es probable que estas manifestaciones pasen a la historia, pero no porque muestren un cambio estructural, sino porque aquí en Guatemala, que nos dejamos llevar por sensacionalismo, nos encanta pensar que trascendemos. Lo cierto es que este gobierno será recordado en la historia por ser el primero en haber caído en manos de la justicia antes de terminar su mandato. Eso ya es bastante. Pero para promover cambios profundos y estructurales, todavía falta demasiado. Concuerdo con que en la actualidad no hay liderazgo, menos liderazgo informado. Creo que nos tocará esperar todavía muchas generaciones más antes de comenzar con un cambio. Sin embargo, siempre es mejor protestar a quedarse en la inercia, sin duda.