Lo que Roque Dalton nos dejó


Rodrigo Vidaurre_ Casi literalEn su brillante documental Los ofendidos (2016), Marcela Zamora nos muestra los desgarradores testimonios de hombres y mujeres torturados por las fuerzas de seguridad del Estado durante el conflicto armado salvadoreño. El documental cierra en una nota agridulce: Marcela llora mientras su padre Rubén Zamora lee en voz alta el Poema de amor de Roque Dalton.

«Los tristes más tristes del mundo/ mis compatriotas/ mis hermanos». Con esas palabras cierra uno de los poemas más reconocidos por dos generaciones de salvadoreños. Si escuchar esas líneas en el contexto de Los ofendidos es tan potente es porque a través de ellas nos encontramos en el espacio roquedaltoniano por excelencia: el enojo que exige esperanza, la mezcla exacta de amor y odio hacia una patria convulsa que sigue clamando por verdad y justicia.

Esa potencia se amplifica por la forma en cómo vivió y murió Roque Dalton. Existe una mística que une conceptualmente a la poesía con la revolución, pues ambas son esfuerzos por trascender sus propios confines. Esta mística se vuelve tangible en poetas como el iraní Khosrow Golsorkhi, el español Miguel Hernández o los centroamericanos Otto René Castillo y Leonel Rugama. Tras ser brutalmente asesinado, Roque se une a esa estirpe de mártires seculares y sus palabras adquieren un carácter fatídico y permanente.

No cabe duda de que Roque Dalton nos dejó una obra de altísima calidad literaria, llena de humor punzante y agudas reflexiones sobre ética, religión y política. Pero también nos dejó algo más grande que no cabe en un solo libro: un arsenal de palabras precisas que al juntarse sirven como un talismán para los más altos anhelos de justicia. Son palabras que no pertenecen a una biblioteca polvosa sino a las paredes de San Salvador y a los gritos de juventudes pasadas, presentes y futuras que encontramos en ellas una forma de articular malestares viejos y nuevos.

Es así como El turno del ofendido da paso a Los ofendidos; porque ciertas historias parecen no dejar de repetirse en nuestro país. Ante la eterna miseria económica que nos rodea encontramos sentido en aquel «país mío no existes». Frente a la amenaza de violencia y represión política nos repetimos «no olvides nunca que los menos fascistas de entre los fascistas también son fascistas». Y hartos del crimen y la inseguridad, Roque está ahí con su eterna ironía: «deberían dar premios de resistencia por ser salvadoreño».

A casi medio siglo de su muerte es evidente que muchas de las palabras de Roque siguen estando vigentes. Lejos de morir con él, su energía impregnada por nuestra idiosincrasia se queda con nosotros para siempre. Sus versos son ahora nuestros, están para ser tomados como antorcha común en medio de la oscuridad. Quizás esto lo supo la gran Matilde Elena López cuando escribió que en la alta noche de la Patria está Roque Dalton. Ahí está y siempre lo estará.

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