La Comisión de Educación, Cultura y Deporte de la Asamblea Nacional aprobó recientemente en segundo debate la ley que crea el Ministerio de Cultura, incluyendo un artículo que dictamina que sus ingresos no serán menores al 1% del Presupuesto del Estado. Sin duda, y como corresponde a nuestro sistema democrático, esta nueva entidad reflejará los compromisos de campaña del gobierno entrante. Igualmente, el Ministerio deberá tomar en cuenta las necesidades de desarrollo profesional y la precariedad laboral de los artistas y gestores culturales locales, pero esto no debe ser obstáculo para que los ciudadanos y residentes del país permanezcan al centro de la formulación e implementación de políticas públicas culturales. El porqué y el para qué de este Ministerio deben ser siempre las personas, en particular las que sus derechos a la participación cultural y artística son vulnerados por razones geográficas, sociales y económicas.
Pero esto es más fácil decirlo que hacerlo. La política cultural se mantiene arraigada a conceptos de construcción de nación por la psicología mágica de los símbolos patrios y por narrativas románticas de artistas inspirados en musas inexistentes. El enfoque en las personas nos obliga a derribar churrientos muros ideológicos y redefinir conceptos resbalosos: ¿qué queremos decir por cultura y quién define qué es cultura? ¿Qué campos constituyen las artes? ¿Dónde participan y consumen cultura y arte los ciudadanos y residentes? Y, con limitados recursos, ¿cómo podemos garantizar a todas las personas el derecho a la cultura? O para ser más precisos, ¿a quién priorizar cuando se diseñan políticas públicas, culturales y artísticas?
Pero por muy compleja que sea la tarea, el nuevo Ministerio debe demostrar no solo que ha nacido, sino que está despierto a las necesidades de las personas que representa. Una política cultural debe enriquecerse de consultas con artistas, gestores culturales, sociólogos, historiadores, antropólogos, arquitectos, empresarios, científicos, obreros, jubilados y banqueros, entre otros. Estas consultas deben estar informadas por estudios y datos sobre la oferta, además de participación y consumo cultural. Sin esta información, nuestras políticas culturales seguirán siendo víctimas de la inercia alimentada de familia y santos.
A pesar del mito sobre la inexistencia de datos relacionados a cultura y arte, en los últimos diez años se ha comenzado a crear en Panamá una red de información sobre este tema. El Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC) incluye preguntas sobre las industrias culturales en su encuesta a empresas no-financieras y en su encuesta de propósitos múltiples. Estas sugieren, por ejemplo, que 7 de cada 10 panameños no tiene internet en sus casas. Sería valioso que los tomadores de decisiones del futuro Ministerio manejaran estas cifras para informar a los que sugieren que a corto plazo “debemos crear políticas culturales para la era de teatro digital en casa”.
Por su parte, los datos del Instituto Nacional de Cultura sobre participación y asistencia a las más de 60 organizaciones que administra cubren cuatro años solamente, de 2011 a 2015. A pesar de esta lamentable periodicidad, las cifras son reveladoras. Por ejemplo, en 2015, un solo museo, el Museo de Arte Religioso Colonial, recibió el 52% de todas las visitas registradas a museos del INAC, con 190 visitantes al día. Los otros 11 museos recibieron en promedio 11 visitas diarias.
Sin este tipo de datos, la toma de decisiones sobre nuestros museos y patrimonio histórico se basaría exclusivamente en nuestras propias experiencias desde la comodidad de nuestros libros de historia y arquitectura, y en las de un círculo muy limitado de colegas y aliados políticos
El Latinobarómetro confirma que para muchos panameños los carnavales y la gastronomía son lo más representativo de nuestra cultura y arte. Un estudio reciente comisionado por la Ciudad del Saber apunta que esta combinación de fiesta y comida se repite cada semana en alguna parte del país en los más de 70 festivales y ferias agropecuarios y folclóricos anuales. Ese mismo estudio indica que las canciones más tocadas en la radio y visitas a canales de música de YouTube pertenecen al género de música típica de la región de Azuero y al reguetón interpretado por panameños. Esta preferencia por las ferias y festivales donde se escucha y baila música del patio nos señala dónde está el área de acción de las políticas culturales a corto plazo. A pesar del valor intrínseco de composiciones de Mozart, del teatro de Molière y del performances de Mariana Abramovich, solo podemos actuar allí donde los ciudadanos están, no donde —por razones que deberíamos cuestionar constante y objetivamente— quisiéramos que estén.
De 2017 a 2019 el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y la administración pasada de la Alcaldía de Panamá invirtieron por primera vez en un programa de evaluación de eventos culturales y artísticos, incluyendo una encuesta de consumo y participación cultural a nivel de la ciudad de Panamá. Los 707 encuestados participaron en eventos culturales y artísticos organizados por la Alcaldía para conmemorar los 500 años de la fundación de la Ciudad de Panamá. Los resultados presentan percepciones de los encuestados sobre la oferta cultural y revelan un perfil demográfico de los participantes altamente revelador. El 73% de los 707 encuestados poseía un título universitario de licenciatura o posgrado. El 75% reportaron ocupaciones como directores, profesionales y cargos medios y técnicos. Los grupos con menos ingresos y menos estudios formales fueron los que más tendieron a expresar no poder asistir con la frecuencia deseada a eventos culturales debido a la falta de tiempo y transporte, a la tendencia a mostrar eventos culturales y artísticos en el centro de la ciudad de Panamá y no en la periferia, y por no tener información sobre el contenido y horarios de la oferta cultural citadina. La evaluación de los proyectos de participación ciudadana en los barrios periféricos confirma esta exclusión por razones geográficas y de estatus socioeconómico. En fin, los grupos de menos ingresos no son parte de la red social de consumo cultural y artístico capitalino. Sin este tipo de datos, podríamos seguir explicando que la baja participación cultural y artística se debe a la falta de «cultura» del panameño, invisiblizando que la infraestructura cultural y la programación artística es altamente centralizada y elitista.
Las estadísticas existen. Lo que hace falta es dejar de excluirlas en la mesa donde se toman las decisiones. Eso requiere que no castiguemos cada estudio y encuesta sobre el tema por incompletos, ya sea porque no se incluyó una pregunta que nos parecía fundamental, porque no me preguntaron a mí o porque el que comisionó el proyecto no es del partido político en el poder. Debemos aceptar que tendemos a preferir tomar decisiones basados en nuestros intereses y prejuicios. Es sabrosamente humano hacer todo lo posible para restarle crédito a la opinión y voz de, por ejemplo, 707 personas que no conocemos, que están diciendo algo que nos incomoda y que nos piden que cambiemos nuestras acciones.
Las estadísticas existen. Lo que hace falta es crear los incentivos para compartirlas usando las últimas plataformas de visualización de datos, actualizarlos constantemente y mejorar su alcance.
Las estadísticas existen. Lo que hace falta es voluntad para formular políticas públicas y decidir sobre presupuestos culturales informados por la evidencia y no por la inercia política.
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Buen escrito sobre la cultura y el arte. Sobre todo en la participacion de todas las capas sociales y artisticas sin injerencua de pideres politicos que se aprovechan para figurar. Es la mediocridad de una sociedad sumida en el abismo de la ignorancia por mas de 60 años de gobierno que no les