El viejo y el mar (y cuando Hemingway se aburrió de pescar)


Darío Jovel_ Perfil Casi literalEl mismo día que Gabriel García Márquez llegó a la Ciudad de México, Ernest Hemingway se pegó un tiro con su escopeta mientras su esposa dormía. Al menos eso aseguraba el mismo García Márquez, quien siempre reconoció su admiración hacia el estadounidense. En toda su obra hay guiños e inspiraciones con la obra de Hemingway. No es extraño que se haya inspirado en él —prácticamente todos sus contemporáneos lo hicieron— y, de hecho, fue en América Latina y no en Estados Unidos donde Ernest recibió reconocimiento por primera vez. Es por ello que más tarde que temprano sus obras se empezaron a ambientar más al «sur», con especial hincapié en la última obra de ficción que publico en vida: El viejo y el mar.

Santiago, el viejo pescador que protagoniza la obra, tenía más en común con su autor de lo evidente. Hemingway fue de las personas que más odió el éxito porque le privó de hacer las cosas como a él le gustaban: por la mera gana de hacerlas.  De repente se vio presionado por la pluma de los críticos y las llamadas de los editores, y los libros vendidos por miles y miles se volvieron una balanza para medir la virtud de sus obras. Él hizo de Santiago un viejo que en antaño fue un gran pescador, pero que ahora solo vivía de aquellas viejas glorias y de la misericordia de Manolín. El «viejo» no era tan diferente al Hemingway de los últimos años.

En El viejo y el mar, un día Santiago zarpa seguro de que regresar con gran pez mientras que Hemingway se levanta de su cama probablemente deseando volver a acostarse unos minutos después. Santiago en antaño habría recorrido las costas de todo mundo y visto leones jugar en las playas de África. Hemingway se volvió un mito, un soldado sobreviniente a la guerra que resistió las balas del franquismo durante la Guerra Civil Española. Un hombre que no le temía a nada, que recorrió el mundo entero pasando por los lugares más peligros y saliendo ileso.

Ahora Santiago era mucho más viejo, más débil y abandonando por la suerte mientras que Hemingway sobrellevaba una depresión que se trató con terapia de electrochoques (era el tratamiento de la época) y tuvo que enfrentar las exigencias que le acarreó su éxito. Su edad ya no le permitía seguir huyendo de los problemas personales que no había querido afrontar durante décadas.

Santiago finalmente encuentra al pez y lucha durante largas noches hasta obtenerlo. Hemingway recorrió el pasillo donde tenía todas sus armas, luchando para evitar tomar una. Santiago, ya con el pez capturado, decide volver, pero los tiburones lo acechan durante todo el camino. Hemingway decidió volver a su cama, pero su escopeta preferida estaba por allí. Santiago lucha tanto como puede, pero va perdiendo sus armas. Intenta defender a su pez tanto como le es posible, pero cada vez son más los tiburones y él cada vez más débil. Hemingway intentó alejar la escopeta, puso todas sus fuerzas en ello, pero cuando se dio cuenta, se encontraba besando el cañón y sus dedos parecían dispuestos a claudicar.

En El viejo y el mar, Santiago, luego de una lucha titánica, vuelve a la costa. Hemingway no. Santiago, a su modo, derrota a los tiburones. Hemingway esa noche dejó de preocuparse por las críticas, por los fantasmas que le acosaban o por el sentido se su mera existencia.

García Márquez escribiría después: «Hemingway no parecía pertenecer a la raza de los hombres que se suicidan. En sus cuentos y novelas el suicidio era una cobardía y sus personajes eran heroicos solamente en función de su temeridad y su valor físico». Hemingway hizo a Santiago incapaz de ser derrotado, pero un día se dio cuenta de que él, a diferencia de su personaje de El viejo y el mar, no podría volver de aquel último viaje porque hacía mucho se había aburrido de pescar.

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