Ese sentimiento de una gran nación que despierte los límites del imaginario y lo conocido se murió en el papel donde nació. El congreso de Panamá fue un fracaso (léase: lo hicieron fracasar) pese a las buenas intenciones de Simón Bolívar y el sueño de Francisco de Miranda de ver un solo país entre el río Misisipi (que en 1798 era la frontera entre nueva España y Estados Unidos) hasta el Cabo de Hornos, en Argentina. «Se llamará Colombia», decía Miranda, pero no: la historia, a diferencia de lo que pensaba Hegel, no siempre es tan grata.
«Tierra de Colón», sí, eso significa Colombia. Guatemala significa «tierra de muchos árboles» y «Latinoamérica» no significa nada, o casi nada. ¿Qué puede ser? Desde ahí hallar respuestas es un infierno. Algunos argumentan que son todos los países que tienen al castellano como lengua madre, pero eso deja fuera a Haití y Brasil, por dar unos ejemplos. Otros, más visionarios, dicen que son todos los que hablan una lengua romance, pero habría que segregar a Belice. También están los que dicen que son todos los países de América menos Estados Unidos y Canadá, pero ¿qué clase de criterio es ese? ¿Cómo basar un término que pretende ser cultural, económico, histórico y social con una acción despótica de decidir «ese sí» y «ese no»? Y para colmo, si tomamos una definición tan absurda, ¿qué hacemos con la Guayana Francesa? Porque si geográficamente es parte de este lado del charco, jurídica y políticamente es parte de Francia; no colonia, sino parte de. Allí es territorio de la Unión europea y la moneda es el Euro. Y Puerto Rico (que oficialmente no es parte de Estados Unidos, pero casi), las Antillas Neerlandesas (que desde 2010 ya no se llaman así) y las Islas Bermudas (que son británicas), ¿dónde entrarían esos territorios?
América Latina, «la América Católica, la ingenua de sangre indígena», como le decía Rubén Darío, quizá no puede encontrar sentido entre las frías y oscuras aguas del derecho internacional. Quizá no sean los geógrafos ni los historiadores quienes deban enmarcarla en la retórica regionalista que un día envolvió al mundo. Quizá, pero solo quizá, la respuesta la tengan sus músicos, artistas, poetas y escritores porque bien es cierto que un puñado de veinte casas de barro y caña brava llegaron a definir mejor a América Latina que cualquiera de las propuestas antes dichas.
El Macondo inventado por Gabriel García Márquez abarca desde México hasta Argentina, desde Ciudad Juárez hasta la Tierra del Fuego. Es un territorio un poco más pequeño que el que soñó Francisco de Miranda, pero transpira magia. América Latina existe. Porque quizá esta región no solo sea una lengua y un pasado colonial, sino sus creencias absurdas, sus vivos colores, sus discrepancias eternas y sus diferencias irreconciliables que nos unen y a la vez nos separan. Quizá sea la comida que tanto varía de un lugar otro sin variar realmente demasiado, no lo sé, pero si esta esta región romántica que un día fue usada como caballo de batalla en los discursos de «revolucionarios» y es cabecera en la propaganda de políticos corruptos tiene un significado más allá de lo emotivo y sentimental, que se extienda por fuera de lo fantástico y lo maravilloso que tan bien dibujó el Premio Nobel colombiano. Debemos encontrarlo, o intentarlo cuanto menos.
En esa búsqueda de una identidad más definida de lo que significa ser Latinoamericanos debemos cuidarnos de no caer en el chovinismo, de no aislarnos del mundo. Porque uno puede ser indistintamente salvadoreño, centroamericano o latinoamericano, pero por sobre todo y antes que todo, somos seres humanos y eso es lo más importante. Me atrevería a decir que es lo único realmente importante.
Entonces ¿qué hace a algo «latinoamericano»? ¿Qué es América Latina? Francamente, ni idea; pero hoy se habla de filosofía, gastronomía, música, literatura y cultura latinoamericana. Algo debe significar, algo debe ser, pero si la respuesta fuera de diccionario el tema sería mucho menos divertido. Acá, pese a todo, tenemos problemas muy similares pero en diferentes dimensiones. Hay serias diferencias entre los países que conforman esta masa de tierra que acumula la mayoría de los recursos naturales del planeta, pero también similitudes y coincidencias que parecen trucos del destino. ¿Qué es América Latina? O, mejor dicho, ¿qué debe ser? Por lo menos basta con que logre ser una sola cosa: esperanza. Lo demás ya vendrá por añadidura.
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Es un interesantísimo artículo,acucioso, cuestionador, sugerente…felicidades Darío..