En Perú hubo elecciones generales en marzo de este año y a finales de mayo fue la segunda vuelta. Al 19 de julio —día en que escribo este articulo— todavía no hay un ganador oficial, aunque si todo ocurre de forma lógica, Pedro Castillo, del partido Perú Libre, debería ser proclamado presente electo, derrotando así a Keiko Fujimori, de Fuerza Popular. Pero la historia parece ser una tragedia anunciada, una que viene desde que, precisamente, ellos dos llegaran a la segunda vuelta.
Keiko es hija de un exdictador y ha estado en prisión por financiar ilícitamente sus campañas presidenciales (sucede que ella ya lo había intentado en 2011 y 2016); mientras que Pedro Castillo tomó renombre luego de una huelga de maestros que no llevó a nada. Una pertenece a un partido tan a la derecha que le resultaría ofensivo hasta a Ronald Reagan y el otro a uno tan a la izquierda que asustaría hasta al Ché Guevara. Lo curioso es que ninguno tiene realmente un plan de gobierno y, pese a que a Keiko parecía que la iban a condenar sus antecedentes y a Castillo su incompetencia (exhibida en más de una ocasión), no ocurrió ni lo uno ni lo otro, ¿o sí?
¿Qué pasa cuando la sagrada democracia solo nos deja elegir con qué veneno matarnos? La situación social en Perú llegó a ser tan grave que el refugio parecían ser los extremos. Hasta Mario Vargas Llosa —que hace no mucho era el principal enemigo de Keiko y quien de hecho perdió en 1990 las elecciones contra el padre de ella— salió a hacer campaña a favor de ella, a pedir el voto.
La elección presidencial en Perú, como mencioné al comienzo, fue una tragedia anunciada. Un país entero que salió pensado en cuál de los dos sería el menos malo. Unos le perdonaron el pasado a Keiko y otros perdonaron la incompetencia de Castillo, pero más que perdonar ambas, prefiero entrecerrar los ojos y hacer como si pudiera ver nada.
Perú hace mucho era de los países que mejor aumentaba su calidad de vida, pero de aquello ya pasó mucho tiempo. Su política convulsionada dio una mayor voz a las voces de los extremos y millones se tuvieron que refugiar en dichos espacios. Hoy Perú parece más dividido que nunca, pero no para saber quién es el bueno y el malo, sino para saber quién es el menos malo. A veces la voluntad popular se equivoca, pero a veces ni siquiera le dan opciones. ¿De toda está situación puede seguir algo rescatable? Sí: Vargas Llosa quizá haga una novela al respecto.
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