Ser escritores en América Latina


Darío Jovel_ Perfil Casi literalCuando la serie televisiva Juego de tronos salió a emisión, los lectores del material original, al menos en español, eran pocos. La obra había sido un éxito literario. Pero para ser un éxito literario incluso en un mercado tan grande como el estadounidense no es necesario llegar a tantas personas. Se estima que George R. R. Martin había vendido unos 15 millones de ejemplares de todos sus libros. Esa cifra es suficiente para hacer a su autor millonario y llenar centros de convenciones, pero no para ser un fenómeno mundial.

Solo el episodio final de la serie —tan criticado y odiado— tuvo 19 millones de espectadores en el momento de la emisión original. No es nada nuevo que las novedades literarias no lleguen a tantas personas como sí lo hacen la televisión, el cine o la música. Sin embargo, la literatura sufre serios problemas como oferta cultural para personas que no buscan pasarla bien leyendo, pues prefieren pasarla bien oyendo música o viendo una serie de televisión.

En América Latina pasaron de venderse unos 40 millones de libros al año en 2010 a cerca de 60 millones al año en 2023. Es decir, un crecimiento del 50% en más de una década. Un crecimiento paupérrimo para cualquier mercado. Cifra a la cual habría que depurar aquellos títulos que no son literatura o los que se compraron para nunca leerse. Pero de nuevo: que la palabra escrita esté en años de vacas flacas no es nada nuevo.

A lo anterior se le debe sumar el poder de la inteligencia artificial para hacer cuentos, poemas y ensayos que ya han valido para obtener licenciaturas, maestrías y doctorados en literatura. No creo que haya dudas de que la IA puede hacer mejores obras que muchos que se autodenominan escritores y no es del todo un desatino creer que buena parte de ese pequeño pastel de la literatura en Latinoamérica sea, en un futuro no muy distante, escrito por esa herramienta.

La literatura seguirá teniendo un impacto cultural enorme; sin embargo, para que un gran público pueda disfrutar de esas obras, quizá tengan que ser traducidas a otros formatos masivos y más rentables. Al poco y pobre negocio que representa escribir libros se le sumará la competencia de la IA que, dentro de poco, será capaz de hacer producciones de mayor calidad que la del 90% de los escritores. Para que un autor o autora latinoamericano vuelva a ser un ícono cultural de la envergadura de Gabriel García Márquez hacen falta muchas décadas (si es que alguna vez ocurre).

Pero aun así hay quienes se resisten a la idea de aceptar que escribir es una profesión que cada día parece más destinada a la extinción. Hay románticos que escriben sin que haya nadie que los lea. Las ventas de libros o los avances de la IA les da lo mismo porque el mundo podría acabar mañana y ellos dedicarían sus últimos minutos a escribir; no por fama o dinero —porque si desearan eso, intentarían hacer otra cosa—, sino, simplemente, por el gusto de hacerlo.

Gracias a esos escritores siempre habrá buena literatura esperando a que un lector la descubra.

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