La muletilla más utilizada por las autoridades es aquella vieja promesa: «Vamos a perseguir y a castigar a los responsables». Los protocolos del idioma nos traicionan cuando lo usamos para repetir los mismos esquemas: ¿Cuándo se va a perseguir y a castigar a los irresponsables?
Los problemas más recurrentes en Guatemala devienen de dos términos puntuales: responsabilidad e irresponsabilidad. Decir que se castiga al «responsable» es arremeter contra toda persona que esté a la mano, no necesariamente contra quien comete el delito.
El responsable es quien se ajusta al absurdo de las leyes de nuestro país, quien entrega puntualmente su planilla de impuestos, quien respeta el reglamento de tránsito, quien asume que vivir entre otros seres humanos es respaldar consensos y tolerar diferencias. Pero en medio de todo este absurdo, la responsabilidad siempre sale desfavorecida: usted será castigado por pagar sus impuestos y no por evadirlos, como lo prueban desde las empresas más grandes hasta la economía informal confortablemente establecida.
Usted será castigado si es el policía que detiene al funcionario influyente que maneja borracho; si denuncia a los delincuentes de su propio barrio; si aguarda cola mientras una colmena de tramitadores se cuelan ante los ojos del guardia de turno.
El irresponsable tiene la sartén por el mango en un sistema que lo premia. Su dinámica es vivir del desorden y de la impunidad tolerada. Nuestra cultura lleva endosada esa lógica de que apegarse a las reglas hace más lentos los resultados.
Por eso es tan común que si usted señala a los irresponsables alguien con mucho veneno (pero con mucha verdad) le responda: «Ay, mire, si no le gusta cómo somos, ¿por qué no se va a Suiza?»
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