La reciente toma de posesión del presidente Bernardo Arévalo, de su vicepresidenta Karin Herrera, y de su gabinete de ministros; significó una bofetada al sistema corrupto que durante 38 años ha mantenido Guatemala desde la instauración de los regímenes «democráticos» y civiles, en 1986. El golpe no es solo contra el gobierno nefasto de Alejandro Giammattei y sus secuaces, sino contra toda una estructura aberrante que se ha ido construyendo durante casi cuatro décadas y cuyos titiriteros actúan desde el fondo para proteger sus intereses: empresarios, oligarcas, narcotraficantes, crimen organizado y otro sinfín de actores que han creado las condiciones necesarias para sumir a esta finca olvidada en el más cruel de los retrasos.
Desde esta perspectiva, el ascenso de Arévalo al poder ha demostrado que el pueblo, una vez organizado, todavía tiene fuerza y voz y que es capaz de retomar las riendas de su destino, por mucho que los estratos aspiracionales mantengan esa posición de medias tintas en el limbo político al que muchas veces hemos llegado. La gente ya no está presta ni dispuesta a creer tan ingenuamente en fantasmas comunistas que se roban a los niños para convertirlos en puré. Poco a poco, el pueblo se ha ido ilustrando y ha ido comprendiendo la falsedad del discurso de las derechas radicales para mantener el poder a toda costa.
No obstante, mi posición personal a partir de ahora es invitar a la gente a no esperar fórmulas mágicas y guardar una prudente compostura ante las expectativas que se tienen del nuevo gobierno. El triunfo de Semilla ya es un éxito para el pueblo, pero de aquí tocará comprender que las transformaciones sociales no se desarrollan de la noche a la mañana, principalmente porque el gobierno arevalista tendrá que lidiar con un congreso constituido, en su mayoría, por partidos de oposición. Esto demuestra que, como pueblo, todavía nos resta mucho por aprender al momento de emitir el sufragio.
Por el momento, organizaciones oscuras como Fundaterror tendrán que tragarse sus palabras como un ebrio alcohólico se traga su propio vómito. Eso ya es un gran éxito para estas instituciones a las que se les dio crédito por años. La misma prensa servil y las iglesias evangélicas se ven ya en la necesidad de acomodarse ante los nuevos aires políticos que se respiran, y con habilidad camaleónica, comenzaron ya a mudar de piel.
Ante todo, lo recomendable es tomar una postura moderada. A pesar de las expectativas que tengamos sobre el nuevo gobierno, debemos comprender que en las condiciones en que vivimos los cambios tampoco se pueden dar de la noche a la mañana. Pero esta misma prudencia se pide para quienes se han vuelto fanáticos defensores del nuevo gobierno. Como ciudadanos nos corresponde tomar una actitud vigilante y pedir cuentas. Definitivamente, no podemos quitarnos de encima, casi como por milagro, las abyectas intenciones de organizaciones como el CACIF, que, si bien promueven el desarrollo económico, también han movido todas sus influencias para seguir teniendo en sus manos el poder de nuestra finca. No es de la noche a la mañana que dejaremos de ser una finca para convertirnos en un país. Además, tendremos que comprender que el poder ejecutivo todavía es vulnerable de pasarse al bando de la corrupción ante las presiones que puedan ejercer oscuros actores de nuestra sociedad.
Eso sí: la amenaza de esta turbia sombra no debe evitar que festejemos por esta victoria en la que a los corruptos le salió el tiro por la culata. Tampoco se debe declinar ante la persecución severa que deberá realizarse ante los agentes corruptos que tenían cooptado el gobierno. Esa es una persecución que debe llegar hasta el final, sin importar las consecuencias. Pero, sobre todo, debemos acostumbrarnos a pedir cuentas claras para evitar que esta oportunidad que hoy tenemos de cambiar el destino de nuestra nación no se vuelva una «llamarada de tuza», como solían decir los abuelos.
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