A diferencia de las artes visuales, las expresiones artísticas espacio-temporales como el teatro pueden renovarse y reinventarse una vez se da por concluido el proceso creativo. Su carácter perfectible deriva, precisamente, de ese rasgo efímero que hace, en el caso del teatro, que cada función sea irrepetible. Esta fue la primera impresión que tuve luego de ver la diferencia cualitativa entre el primero y el segundo montaje que La Maleta Producciones hizo de «El cuervo», basado en el célebre poema homónimo de Edgar Allan Poe. Por fortuna, el cambio fue para bien. Apenas la manipulación de algunos aspectos técnicos en la actuación así como el reajuste de algunos elementos plásticos de la puesta en escena que se adecuaran más a las premisas de dirección dieron como resultado un montaje con mucho más brillo y pulimento que el primero.
Quizá el cambio más notable entre ambos montajes es el experimentado por el protagonista de la historia, que, de ser un personaje excesivamente gritado en la primera temporada, mesura y contiene más sus emociones, muestra un mejor manejo de las inflexiones de voz y se toma el tiempo para expresar con mayor riqueza en el fraseo de sus acciones. En relación con este cambio es importante enfatizar dos aspectos: el primero de ellos es que el actor Nelson Ortiz dirige y actúa al mismo tiempo, tarea nada fácil cuando, además, se tienen que asumir otras responsabilidades de la producción como suele ocurrir con muchas compañías de teatro autogestionadas. Saco esto a relucir porque, con todo y ese cúmulo de tareas, el director que al mismo tiempo actúa tiene la misma obligación de sacar «planchado» —como se dice en el argot de los actores— su personaje, y en esto no hay pero que valga.
El segundo y quizá el más importante de los aspectos, dado que se relaciona con el desempeño técnico del actor sobre sus recursos expresivos, es la apertura crítica y autocrítica que tiene hacia su propio trabajo y que le permite retroalimentarse. Lo digo porque no cabe duda que este actor trabaja desde las vísceras, pero sin el control efectivo de estas emociones catalizado por una adecuada dirección, una interpretación demasiado orgánica corre el peligro de quedar reducida a una sucia expresión neurótica o, en el peor de los casos, a una serie de gritos que terminan por volver inverosímil y sobreactuado a un personaje. Como repito, esos escollos lograron superarse de manera tal que el trabajo presenciado en esta segunda temporada en el teatro Dick Smith del Instituto Guatemalteco Americano resultó un juego escénico bastante agradable para los sentidos y supo transmitir el carácter gótico de la representación.
A propósito, cabe destacar dentro de esta puesta en escena el lirismo que se consigue como resultado de la combinación de actuación, danza y, principalmente, música, elementos que ya forman parte del estilo propio de las mise en escene de esta productora. A esto se le debe agregar el uso de colores neutrales en el que predominan el blanco y el negro para el cuerpo coreográfico. Como resultado de la suma de estos elementos se consigue recrear un ambiente psicológico angustiante en el que el personaje expresa sus desesperanzas y dolores al expresar la pérdida de su amada Leonora, la devoción casi religiosa que siente por ella.
Al mismo tiempo, la acertada elección de los recursos plásticos expresivos trae como resultado una composición escénica bastante interesante además de balanceada. Impresionante es, también, el peso arrobador que tienen las cantantes operáticas que a lo largo de la representación cumplen la función de estatuas vivientes, capaces de dejar boquiabierto al espectador no solo por la calidad musical interpretativa, sino por la plasticidad de su indumentaria y sus maquillajes. Pero más allá de toda esta riqueza visual que ofrece el espectáculo —y vaya si lo es—, todavía se debe tomar dos consideraciones: la primera, aunque sustancialmente mejoró mucho la manera como el personaje principal enuncia el texto, todavía deben cuidar ciertos matices que hacen lloriquear un poco al personaje; y la segunda, darle un poco de más realce al personaje del cuervo, cuya presencia tiende a desdibujarse cuando está sobre el dintel de la puerta. Por lo demás, esta es una propuesta bastante interesante que merece ser exhibida en otra temporada y como teatro para estudiantes.
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