«Mucho ruido y pocas nueces» es una expresión que podría aplicarse a la película Septiembre, de Kenneth Müller, que recientemente fue estrenada en el circuito Cinépolis y que, a pesar de todos los patrocinios que tuvo —incluyendo la subvención estatal que le fue otorgada (¿de forma corrupta?) por el Ministerio de Cultura y Deportes—, pudo haber presentado un guion más interesante. En todo caso, para representar la visión de la ideología más conservadora del país en torno al conflicto armado, la película quedó reducida a un argumento no solo predecible sino también con giros demasiado trillados y algunos excesos melodramáticos.
Claro es que un producto audiovisual —y por extensión cualquier obra de arte— no tiene por qué mostrar ideología alguna que lo convierta en un panfleto ni mucho menos se puede pretender que aspire ser un tratado sociológico, principalmente si se trata de una película de ficción y no un documental. Como cualquier otra visión individual, tan solo se limita a mostrar un aspecto demasiado reducido de la realidad compleja que vivió el país en los últimos 16 años de la guerra civil.
Sin embargo, más que el argumento demasiado focalizado en el drama individual —que de no ser porque se presenta en el seno de los estratos bajos de la clase media, sería del tipo burgués—, llama la atención lo contradictoria que resulta la manera como fue vendida ante el público, con esos aires casi épicos con los que se pretendió generalizar, a partir de un caso individual, el sufrimiento de vastos conglomerados. En otras palabras, para tener las pretensiones de mostrar el drama de toda una nación, aunque sea por los derroteros de la ficción, da la impresión que el traje se quedó demasiado corto.
Es válido que la ficción en una película, en una obra de teatro, en un relato e, incluso, en las artes plásticas, tenga como telón de fondo un hecho histórico, tal como sucede con Septiembre. Válido es también que, aunque el hecho esté basado en un suceso real, no se corresponda con exactitud matemática. ¡Qué sería de la imaginación si condenamos el arte a semejante realismo! Lo digo porque de todos es sabido que en lo único que se parecen los sucesos que generan la acción es en la sordera que tuvo un familiar del director durante el estallido de una bomba, hecho a partir del cual se desarrolla la trama. No así, esa tendencia a la generalidad es apreciable en los textos que aparecen al final de la película, donde no solo se hace evidente la tendencia ideológica sino que se pretende sintetizar un fenómeno tan complejo en la reducida visión de los creadores.
En ese sentido, no se puede dejar pensar que en realidad existe una intención política por omisión. Para explicarme mejor, me refiero a que, si una creación artística pretende darse aires de universalidad o, por lo menos, si aspira a explicar de manera totalitaria un fenómeno social, bajo ninguna circunstancia omitiría hechos que son relevantes para explicar a cabalidad este fenómeno. De lo contrario, el hecho queda de telón de fondo y tan solo se convierte en un motivo más dentro del universo complejo de la creación.
Claro, los creadores y realizadores tienen el derecho de centrar su obra en el drama individual y de resaltar los aspectos menos significativos del hecho histórico. Hasta pueden llenarse la boca diciendo que hicieron una película de «reconciliación» o una película «del perdón» o una película destinada a «superar las diferencias ideológicas de los miembros de una sociedad», como oí decir entretelones. Un análisis semiótico y contextual detallado podrá arrojarnos un resultado completamente distinto: un intento de reproducir el mensaje gastado que ciertos sectores de la sociedad tienen especial interés en hacer prevalecer. Me refiero a ese discurso del olvido y el perdón al que recurren los sectores conservadores para darle la vuelta a la historia y dejar impunes desapariciones, ejecuciones y abusos cometidos durante ese cruento período; y lo más terrible, olvidar las causas reales que llevaron al país a la situación caótica vivida en esa época oscura, causas que, además, favorecen la creación de una coyuntura.
Como bien lo dicen los abuelos: «No todo lo que brilla es oro» y el público medianamente formado debe estar atento a que no le den gato por liebre. Una película puede estar medianamente realizada o puede tener actuaciones aceptables aunque su guion no sea tan acertado, pero cuando se plantean como propuestas que tratan de explicarnos como guatemaltecos, se debe tener una visión doblemente crítica y es necesario preguntarse cuál es la verdadera intención que subyace bajo un drama lacrimógeno que puede seducir, precisamente, por su emotividad. Una película que, como signo, puede quedar convertida en una enorme falacia ad misericordiam.
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Reblogueó esto en licconsuegray comentado:
Y mi país sigue polarizado, porque no tomarlo como referente histórico y solo eso…
Muchas gracias.
La guerilla mato, puunto, destruyo infraestructura, punto; etc.