Alexa, ¿me escuchas?


Elizabeth Jiménez Núñez_ Casi literal—Alexa: Poner música para meditar.

Acto seguido el dispositivo empezó a emitir la siguiente canción cuya letra más o menos dice «Esto es el baile de la fruta, melocotón, melocotón, melocotón, manzana».

—Alexa: Le dije que quiero música para meditar, no canciones infantiles con las que bailan mis hijos.

Acto seguido, el dispositivo empezó a emitir nuevamente la misma canción: «Esto es el baile de la fruta, melocotón, melocotón, melocotón, manzana».

Después de esta muestra de soberana equivocación, conversé con mi marido y le dije que Alexa no funcionaba bien: una muestra de torpeza inconcebible. Entonces él respondió que la máquina trabajaba por comandos y no por inteligencia artificial. A él le parecía, además, que yo le hablaba muy golpeado a la máquina.

Mi esposo trabaja en tecnología y le gusta, obviamente. A mí no tanto. De hecho, al inicio me negué rotundamente a meter a Alexa en mi habitación: sentía que había entrado una intrusa a mi casa, una suerte de espía detrás de la cual había una mujer —o un hombre o un minotauro, da igual— escuchándome a diario.

Pero accedí. Me pareció tentador tener acceso a mi lista de canciones favoritas o incluso a las preguntas que a veces le hacemos en familia, tales como «Alexa ¿usted es una espía?», o «Alexa, ¿usted tiene hijos?». «Alexa, ¿existe la vida después de la muerte?». «Alexa, ¿cómo se dice pedo en mandarín?». Y así, de broma en broma, la tal máquina se convirtió en un miembro más de la familia y por un momento hemos olvidado que se trata de un producto tecnológico.

Así, este presente inmediato nos recuerda que pocas cosas están llegando a la parte reflexiva de nuestro cerebro y que estamos empezando a ser gobernados por nuestras emociones. El ciberespacio es el universo de lo que tememos y odiamos, pero también de lo que nos puede significar una fuente de ingresos, una oportunidad de ser vistos y de impactar positivamente en la vida de otros. O simplemente la oportunidad de ser un espía más, un observador-observado en el juego tentador de ver sin ser visto, de ser visto sin ver.

Parece que ya no es necesario conocernos verdaderamente porque las máquinas saben nuestros contextos (lugares y situaciones que vivimos) y patrones de conducta (costumbres, aficiones, relaciones). Pareciera que tenemos ya instaladas neuro prótesis en nuestros cerebros, que tenemos alterada nuestra función neuronal y que todos nuestros diseñadores tienen el acceso porque nosotros mismos les hemos cedido con gusto y de buena gana nuestra libertad. Y aun cuando queramos huir hacia un lugar recóndito con una vieja tornamesa que emita sonido al ser dirigida por nuestra mano, un satélite nos podría localizar e identificar desde su órbita.

Conversando posteriormente con mi esposo me comentó que cuando yo le di la instrucción a Alexa de poner música para meditar, él desde el carro con mis hijos estaban poniendo desde su playlist la canción El baile de la fruta. Argumentó que simplemente los dispositivos estaban vinculados.

Con total tranquilidad seguimos con nuestra vida pensando que la distracción es más débil que el enfoque.

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