La piñata que nunca fue


Alfonso Guido_ Perfil Casi literalA Maryzhella.

Quizá nadie sepa que algunos de los momentos más felices de mi vida los pasé como garrapata encaramado sobre un par de piernas dobladas, muy blancas y muy flacas, que tenían un tic nervioso que las mantenía inquietas todo el tiempo. Siempre estaban ocultas bajo una falda floreada y larga hasta los talones.

Pero el 12 de octubre de 1992, hoy hace veinticinco años, me llevaron engañado a una casa donde supuestamente se celebraría una piñata que al final nunca fue: ni chimbombas, ni queque, ni piñata, ni payasos, ni niños, ni nada. Todo era mentira. Y aquellas piernas jamás volvieron a doblarse.

Desde entonces, muchas veces intenté —sin éxito— contar las marcas que ahora, como la línea de un ferrocarril que huye hacia el sur, esconden esas piernas. Curiosamente, la piñata inexistente y esas cicatrices se convirtieron en la primera prueba material —de muchas— que usó Dios afanosamente para demostrarme su inexistencia. En asuntos de fe, hasta las paradojas pueden ser las falacias más grandes de sí mismas.

En todo caso, estoy seguro de que cada quién tiene las suyas —sus pruebas, razones o falacias (o las tres)— aun cuando no tenga el valor para verlas ni sea capaz de explicarlas.

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