Dickens y yo nos conocemos de vieja data. He tenido suerte con los clásicos. Los leí de niña, primero, en versiones de esas fácilmente digeridas con letras grandes y poquitas páginas; y luego, cuando ya le había agarrado esa cosquillita a la lectura en las versiones largas e “integras” que prometían las portadas de libros tan gordos que casi podían usarse de banquillo.
Historia de dos ciudades siempre fue la favorita de mi madre, pero a mí, desde que descubrí que el único libro que era exactamente del mismo tamaño en su versión “abreviada” que en su versión “íntegra”, siempre me gustó, por encima de todas las cosas, Un cuento de Navidad.
A los diez años es fácil entender por qué. ¿Quién no conoce la historia de Scrooge, que es visitado en Nochebuena por tres fantasmas: el de la Navidad Pasada, el de la Navidad Presente y el de la Navidad Futura? En serio, ¿quién no la conoce? ¿Hay alguien? He visto versiones de esta historia en Los Picapiedras, en los Muppets, en Barbie, en los Looney Toons, los Animaniacs, los Supersónicos y cuanto otro personaje de dibujos animados se les ocurra. También lo he visto en películas y programas de televisión.
Lo curioso es que seguramente el sesenta por ciento de la gente que ha visto una adaptación de este tipo no sabe cuál es el origen de la historia. No saben de Scrooge y del pequeño Tim. No saben del “verdadero espíritu de la Navidad”. No saben, pero aun así han procesado el mensaje.
¿Cuál es el verdadero propósito de un escritor? ¿Que sus palabras perduren o que lo haga su mensaje? Yo diría que lo último. Y si es así, pues Dickens podría darse por satisfecho. Mi mamá quizás no esté de acuerdo y sí, a lo mejor Historia de dos ciudades sea un mejor libro, pero en eso que no se puede medir, eso que llega al alma, no hay nada como Un cuento de Navidad.
Ya casi estamos en Navidad. Seguramente si prenden la televisión en este momento encontrarán una versión de esta maravillosa historia. Solo por hoy, háganme un favor. No miren la imitación. Saquen a Dickens del olvido. Descubran no solo el mensaje, sino las palabras. Y como bien dijo Dickens, si no pueden hacer eso, al menos “Honren la Navidad en su corazón y procuren conservarla durante todo el año”. Eso es lo más importante.
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¿Quién es Lissete E. Lanuza Sáenz?
Hermoso, Lissete, como de costumbre.