Cambiar narrativas del deseo: Terciopelo y encaje, de Tania Hernández


Noe Vásquez ReynaAbro este comentario sobre Terciopelo y encaje con una cita de Manuel Garrido en la introducción que hizo a Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll: «Los existencialistas han repetido hasta la saciedad que el hombre (sic) [ser humano, sugiero] se siente arrojado a un mundo extraño que él no eligió y que uno de los seres mundanos que nos producen extrañeza es nuestro propio cuerpo».

Terciopelo y encaje, el más reciente libro de Tania Hernández, nos enfrenta a esa extrañeza. Contiene diecinueve relatos consecuentemente cortos, inesperadamente posibles y antojables, con antecedentes desde mitológicos hasta esas «mil hormigas que recorren por dentro» cuando las dejan, cuando no se reprime lo disfrutable.

En estos relatos los lugares comunes se van trasformando en cuerpos deseables, excitados, quizá babeantes, y no por ello predecibles. El libro es un abanico de placeres, fetiches, corporalidades, sensaciones, juegos sexuales y deseos: esas cosas que muy pocas veces nombramos sin dolor y sin culpa.

Considero que cada cuento explora universos distintos con matices rojos, negros, azules; encuentros y desencuentros. En el libro lo erótico se mantiene en un perfil superior a lo que nos acostumbran las voces masculinas que dicen tener la primacía en temas de cama o donde los falos se quieren llenar de aplausos más que de sensaciones. Porque cómo va a ser: el sentir para cuerpos masculinos casi resulta en insulto en cualquier latitud de la Tierra, y muestra de esto que digo es la trama del relato «Fabi».

Los amantazgos resultan de la estimulación mutua, de las sugestivas imágenes que brotan del órgano sexual por excelencia: el cerebro, capaz de imaginar el placer. Qué más atractivo que una mente que juega a perversiones; es decir, «perturbar el orden o estado de las cosas», como lo dice la sacrosanta y pudorosa Real Academia Española de la Lengua, que rige por excelencia a uno de los idiomas más machistas y misóginos sobre la Tierra.

Volviendo al libro de Tania Hernández, el relato «Yo, infinita» es un espejo para las sexualidades múltiples, y me explico: las amorfas, las no contenidas en cánones restringidos, las no binarias y hasta para las binarias heterosexuadas que aún no descubren que a veces malaprendimos la relación-querer-desear con nosotras, nosotros, nosotres mismos.

El relato «Verano frente al río» nos cuenta el acto entre un ángel y un profeta, y me acordé de que mi ángel de la Guarda se llamaba Joaquín antes de creerle más al ateísmo, sobre todo porque las religiones enseñan, y como lo dice el relato: «Los ángeles no deben correrse, lo tienen prohibido»; así como en pleno siglo XXI siguen esgrimiendo que la abstinencia lo resuelve todo, pero ese es otro tema.

El relato «Avaricia» se presta para hacer un estudio literario antropológico comparado sobre cómo la monogamia también resulta en pecado capital y alimenta la idea internalizada de que los cuerpos de las otras, los otros y les otres nos pertencen o pueden ser de nuestra propiedad.

Algo que me gustó del relato «Desnudos o vestidos» fue la siguiente frase: “A mí me gusta experimentar, probar nuevas cosas, andar nuevos caminos, pero el dolor no está entre mis preferencias». Ya quisiera que hubiera más boleros, rancheras, canciones pop y de reggaetón que repitieran ese mantra y dejáramos de creer que el amor-sexo, ya de por sí una formula a veces cuestionable, duele o debe infligir dolor.

En varios de estos cuentos los fetiches y juegos sexuales son compartidos-consensuados. Dicen que los libros como el amor deben ser compartidos; yo me convenzo cada día —como seguramente lo hacen algunas y algunos de ustedes— de que la sexualidad puede ser sana y agradable, y que pensar en sexo no es sinónimo de violación.

Pienso que Tania Hernández con Terciopelo y encaje logra eso: cambiar la narrativa de lo que pasa en una intimidad pensada desde las luces, encajes, sedas y plumas, porque puede ser que las y los pervertidos lo tienen más claro, como aparece en el relato «Caza de citas»: «Haz con los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti —cuadro colgado en un club de swingers».

Posdata

La argentina Claudia García analiza cómo la interacción sexual entre un hombre y una mujer no ocurre sin violencia en novelas de los guatemaltecos Flavio Herrera, Carlos Wyld Ospina, Mario Monteforte Toledo, Rosendo Santa Cruz, Virgilio Rodríguez Macal, Rafael Zea Ruano, entre otros autores y autoras, en el ensayo Normalización de la violación y la violencia de género en la novela guatemalteca (1930-1960).

¿Por qué cambiar las narrativas? En los primeros ocho meses de 2021 el Ministerio Público de Guatemala registró 21 mil 317 casos de violencia psicológica, 13 mil 753 casos de violencia física y 5 mil 717 denuncias de abuso sexual contra mujeres en el país.

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