Enero 2022. El dios Tiempo es implacable, está en el espejo y en otros sentires menos visibles, y estamos los seres humanos que creemos llevarle en la muñeca, en el celular o en ese cálculo inexacto que vemos en el calendario aunque este febrero tenga sus corrientes 28 días.
Con enero vienen los propósitos del nuevo año. Propósito y resolución son dos cosas distintas; el segundo resuelve, toma decisiones, diría mi psicólogo. Una de las resoluciones que aparecen en la lista es leer más (al menos en mi lista). En las sociedades centroamericanas, leer, como hacer ejercicio (también en la lista), se convierten en privilegios; es decir, hábitos para pocos. Y no es que la gente no quiera leer o no le guste hacer ejercicio, la pregunta es ¿cuándo? Y claro, no debemos olvidar que hay que tener las mínimas condiciones para llevarlas a cabo.
Cuándo, si hay que dedicarle al trabajo ocho horas. Al final de cuentas no aprendimos nada de la pandemia. Cuándo, si hay que perder otras dos horas en movilizarnos en ciudades atascadas de cemento y vehículos. Cuándo, si las mujeres —o la mayoría— deben ocuparse de los hijos y la familia. Cuándo, si los deadlines están más que muertos y seguimos atrasad@s. Cuándo, si los libros, al menos en Guatemala, no cuentan con exenciones de impuestos como los megaproyectos y otras corruptelas. Hay que decirlo: los libros son objetos de lujo.
Entonces respiro. El dios Tiempo no está aquí para ser contado, sino para vivirlo y valorarlo. Y si no me da «tiempo» de terminar ese libro por cocinar en casa, por ver una película o ver reír a quienes amo, pues decido ser un «ser inculto». Y si llego tarde al trabajo y el libro se queda en la mochila, pues recordaré llevarle en la fila del banco para ponerme al día. Y si el libro permanece cerrado porque preferí besar y abrazar, pues ya aparecerá una noche de insomnio para avanzar.
Antes, desde mi privilegio, pensaba que si el día pasaba sin haber leído al menos una página (algunos dicen que es sano leer al menos nueve) era un día perdido. Ahora, con los años, noto cómo los días, minutos y segundos se pierden con el estrés diario y por afanarnos por cosas menos significativas.
Al menos he decidido que entre las lecturas de este año habrá dos novelas gordas, hay que ponerle límites a la lujuria. Una será El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura. Para la otra, aun acepto recomendaciones. Y no me importa si me tardo tres años en terminarlas, como me sucedió con Ana Karenina. Cada persona tiene su ritmo, sus intereses y sus prioridades.
Otra de las resoluciones es participar en un club de lectura. Y lo pienso más por interactuar con otras personas que por la mera acción de leer, que para mí es una relación íntima entre la página y quien lee. La pandemia cambió el significado de cercanía y por eso les dejo este Club de Lectura Siniestras por Zoom, que está prometedor.
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