En la poesía podemos encontrar realidades-ficciones crueles, metáforas perversas, versos crudos y lacerantes. También podemos encontrar cotidianidad, tecnología y pandemias. Diarios de saliva y encierro, de la escritora guatemalteca Carolina Escobar Sarti, es un poemario que murmura y se adentra en el sentir de un encierro impuesto por una pandemia provocada por seres humanos que perdieron-olvidaron-sepultaron la noción-concepto-importancia de la vida.
Aun llevaremos las máscaras
y las distancias cada segundo
de esta eternidad.
Mis manos extrañarán tu cara
y querré ser tu prójima
aún querré darte a probar
de lo que hay en mi plato y mi boca
aún querré limpiar
con agua de mar.
Durante la pandemia descubrí el cuento «La última pregunta», de Isaac Asimov. El relato trata sobre cómo el «desarrollo» y la tecnología destruyen el planeta Tierra, y el ser humano debe buscarse otro sitio en el universo. Recuerdo que cuando pensaba que el ser humano podría viajar por muchos años luz en una nave espacial, pensé con angustia: «Joder, no volver a ver el mar». No volver a percibir nuestra pequeñez frente a la inmensidad en movimiento. Creí que era un sentir-pensar solitario, pero quizá, solo quizá, Escobar Sarti poetizó esa misma idea de pérdida.
No es tabú que la pandemia por COVID-19 nos hizo pensar profundamente en la muerte. Nos hizo verla de frente, sentirla cerca y llevarla dentro con pronunciadas y filosas ausencias. Somos finitos y perecederos, pero hemos difuminado su estar consciente que nos rodea. Y quizá haya dos momentos en que nos resuena más: cuando amamos (al sentirnos vivos de nuevo) y cuando nos despedimos torpemente (en este caso, en circunstancias de soledades insoportables) de ellas y ellos a quienes amamos.
Escobar Sarti nos recuerda que «Ningún encierro es igual». El encierro es distinto para quienes tienen hambre, para quienes están hartas de la violencia, para los invisibles, para quienes se recrudecen ante la desigualdad y el abandono:
Podría escribir un poema
de 13 años desnudos
pero no lo haré
hoy no sabría cómo escribir
versos acerca de manos sucias
en cuerpos de ángeles ultrajados
y tampoco tendría palabras
para los padres y las culpas
para las madres
de todas las negaciones
y otros pequeños detalles
como esos.
Además de las obsesiones modernas como las pantallas y los navegadores, o el agua y el jabón, Escobar Sarti plasma-grava en sus versos esa otra obsesión tan resistente a la renuncia para los animales copulantes:
Tercer día de encierro
y mi boca incrédula
presiente clausuras de saliva y beso.
Y en otro poema:
La casa me encierra pero el cuerpo tiene memoria
de enredadera, de alas y palpitaciones
el planeta contiene mi abrazo
mis lianas sostenidas en tu espalda
los latidos juntos como los tambores
del primer día en que nos hicimos humanos.
Nosotros, animales copulantes, claro que extrañamos la cercanía, los abrazos y los besos; y aunque el capitalismo rapante nos ha adoctrinado en que estos también pueden comprarse, los fluidos de nuestros cuerpos saben de necesidades intangibles que llenan más que bolsillos nuestra necesidad de humanidad.
De todo el poemario, hay un poema que me destempló, en la segunda acepción de la palabra destemplar; es decir, que me destruyó la concordancia o armonía con que estaban templadas las palabras de Diarios de saliva y encierro. Podría decir que es la forma y el fondo del poema, pero no fue por eso, sino que quizá en algo coincido con Sarti: en que el racismo debería ser un ruido estridente que desquicie nuestros tímpanos. Aunque aún me pregunto qué más se debe romper para que las vidas negras o indígenas, en nuestro caso, no sean brutalmente asesinadas mientras todos los demás nos quejamos del encierro.
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