Hay personajes de ficción que nos enamoran, nos atraen e incluso llegamos a sentir empatía-reflejo. Tengo en mente a dos de ellos: Humbert Humbert, de la novela Lolita, y Paul Spector, de la serie de televisión The Fall.
Estos dos personajes representan una normalidad con un rostro amable y seductor, pero esconden algo profundo y oscuro. Humbert tiene el don, nos envuelve con sus confesiones, sus palabras nos hacen sentirnos parte de su romance enfermo, nos captura, logra que nos reflejemos en ese amor infantil idealizado que coloca un velo sobre lo moralmente reprobable: quiere cogerse a una niña de 12 años, y de hecho lo hace. Algunos dirán que hay matices y que Lolita es Lolita, pero quienes amamos la novela no podemos negar lo obvio.
Spector tiene otros dones. Él es hermoso físicamente, es un hombre casado con dos hijos pequeños y representa la figura paterna que muchas mujeres desearían para sí y para sus hijos. Es terapeuta que consigue resultados positivos en sus pacientes porque realmente escucha. También es una especie de genio y ángel malvado: un asesino en serie de mujeres, para que quede más claro.
Ambos personajes tienen formación intelectual en la literatura. ¿Pueden ser más encantadores? Hasta que develan sus hábitos oscuros y mórbidos, son tipos hasta cierto punto normales; es más, tienen un halo inexplicable con el que algunos podríamos identificarnos de muchas maneras.
Cualquiera pensaría que los violadores y criminales que se ensañan contra las mujeres son tipos con una marca que se les nota en la cara, algo que los delate en su comportamiento, algo feo que porten como un tatuaje mal hecho, pero resulta que no, que son hombres comunes y normales, incluso los hay hasta criados y formados en hogares integrados.
La normalidad a veces esconde a personas que cometen atrocidades como los monstruos de ficción. Yo le temo mucho a la normalidad cuando es la misma que les dice a los hombres que son más que las mujeres o que otros hombres que no llenan los estereotipos fijados desde que somos pequeños y aprendemos a caminar o hablar. O esa normalidad que dice que todo es permitido cuando se maquilla o se muestra con su mejor máscara.
Al leer Lolita, varias veces, deberíamos enfrentarnos a nuestras propias éticas y moralidades. Estar más allá del bien y del mal puede otorgarnos una ceguera sistémica que nos haga normalizar tragedias.
Al ver The Fall, que también podría ser varias veces, habría que ponerle mucha más atención a las respuestas de Stella Gibson, la detective que lee la psique de Spector y logra interpretarla casi completamente.
Lo que destaca en ambas historias es la complejidad de sus personajes, la manera en que logran alojarse en las emociones (salir de ellas y ver el resto del panorama es el reto de los lectores y espectadores) y la alta dosis de arte que hay en ellas.
Este es el poema anónimo que recita Spector en The Fall. Se podría leer como la transliteración de sí mismo, con sus rostros y sus actos que lo hacen caer:
The Man of Double Deed
There was a man of double deed,
Who sowed his garden full of seed;
When the seed began to grow,
‘Twas like a garden full of snow;
When the snow began to melt,
‘Twas like a ship without a belt;
When the ship began to sail,
‘Twas like a bird without a tail;
When the bird began to fly,
‘Twas like an eagle in the sky;
When the sky began to roar,
‘Twas like a lion at my door;
When my door began to crack,
‘Twas like a stick across my back;
When my back began to smart,
‘Twas like a penknife in my heart;
And when my heart began to bleed,
‘Twas death, and death, and death indeed.
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¿Quién es Diana Vásquez Reyna?