Situar la ternura en un país violentado


Diana Vásquez Reyna_ Perfil Casi literalSituémonos: estamos en la ciudad de Guatemala, una urbe hostil en un país de permanentes crisis que se agudizan desde su propio Estado. Estamos a inicios de septiembre y hay mensajes de odio y polarización en los medios de comunicación, hay tensión por construir algo mejor; también hay indiferencia. Reconocer de dónde venimos y dónde estamos parados en el mundo nos puede ayudar a encontrar un punto de equilibrio o de quiebre para entender que la violencia no tiene por qué llevarnos consigo.

El poeta con quien converso se presenta así: «Soy Manuel Gabriel Tzoc Bucup, de 35 años de edad, nací en San Andrés Xecul, Totonicapán y crecí en la ciudad de Guatemala. Soy poeta y artista visual de tiempo completo y alguien que procura generar pensamiento crítico, mucha conciencia y sensibilidad a través de mi trabajo visual y escrito». El poeta tiene una carrera de 15 años en el medio y se nota en la serenidad y la claridad con la que habla. Su trabajo ha evolucionado, menciona procesos fracturados para tratar de que este sea consecuente y preciso. No hay líneas rectas, hay caminos que se desvían y vuelven a encauzarse.

Tzoc sitúa su origen en una primera lectura: El tiempo principia en Xibalbá, de Luis de Lión. Entre sus búsquedas se encuentra con ese inframundo que le muestra identidad, poesía, puertas abiertas al criterio y otras posibilidades. De ahí el primer texto, y luego más lecturas en cadena. Halló el camino de la escritura para explorar y experimentar: «Es una vía que me hace sentir pleno y en la que puedo decir mucho», dice.

Reconoce también de sus otros orígenes: el Centro Histórico, las lecturas de poesía con Marlon Francisco y el círculo de poetas que frecuentaban las Cien Puertas. Después, más experimento. Quería más y se encuentra con Folio 114, que apostaba por la literatura, el cine, las artes visuales y el performance. «Caí en un mundo que me generó bastante pensamiento, criterio y escritura. Siempre me gustó esa hibridación en los trabajos, como un rizoma, que genera otras ramas, otras disciplinas», recuerda Tzoc.

Escrituras de ese momento (Simón Pedroza, Juracán, Javier Payeras, los X —la editorial—) fueron las lecturas de Tzoc mientras surgía otra generación. Publicó su primer libro en 2006: «Tuve la oportunidad de generar mi primer aparato literario. Comencé a formar un cuerpo de trabajo y dije: “si voy a publicar un libro, tiene que ser como una casa que pueda habitar la gente, yo mismo antes que nada”».

En ese primer trabajo, Tzoc presenta algo fresco que aún no se había visto en ese entonces: «Eran pronunciamientos desde el género, desde la sexualidad, había una postura en Escop(o)etas para una muerte en versos b..ala. Es un libro que tiene mucha honestidad, mucha rabia, todos mis libros tienen rabia». Esa rabia-coraje siempre es necesaria en poesía.

La identidad es un punto que me llama la atención en el trabajo de Manu, por eso le pido que me explique: «Esta restauración emocional que cuento (en la poesía) es a partir de un yo, desde una subjetividad que tiene que reconocer esas identidades, esos deseos para ser pleno, estar en el mundo y tener coraje. Yo creo que reconocer esos deseos es importante».

Como lectora de poesía siento que Manu ha evolucionado. Mis primeros acercamientos a su trabajo fueron en lecturas a viva voz y en performance. Conversando con él me entero de que en su evolución ha tenido espacio la formación, la curiosidad, el ansia, el detalle. El poeta es abierto, reconoce los privilegios que le permitieron ser quien es y cuestionar lo que cuestiona. Dedicarse a tiempo completo al arte en un país como este es un reto con muchas satisfacciones.

El artista visual que hay en Manu se refleja en su libro-objeto Polen: Un recipiente de vidrio con píldoras y una receta que replica todo un imaginario médico que cuida el detalle para experimentar la poesía. Se concibe ahora de manera más consciente como poeta y artista visual. Estudió durante un año un diplomado de Arte Contemporáneo, pero le hizo falta buscar esa formación alternativa, más abierta, que le pudiera servir. «No reniego de la formación académica, pero a mí no me funciona», admite.

Después hablamos de filtros en la sobreproducción literaria, de madurez de la técnica, del lenguaje en la escritura y del cuerpo en la performance. Aunque no llegamos a la conclusión de quién debe filtrar esa sobreproducción, coincidimos en que los lectores y espectadores podrían exigir un poco más, pero nos surgen más dudas.

Manu sigue aprendiendo con textos nuevos que descansan mientras el proceso y la escritura despierta del todo. También trabaja en colectivo con otras propuestas visuales y en otro libro-objeto, así como en una línea de ropa vintage, en la editorial La Maleta Ilegal y en la librería Artefakto502 (4a. calle 5-15, zona 1, ciudad de Guatemala) donde se encuentra buena parte de sus publicaciones.

Por otra parte, considera que el hecho de escribir conlleva posturas políticas. En su caso, cuatro claras:  «Mi identidad indígena, mi disidencia homosexual, mi territorio urbano y mi lenguaje poético». Manu me deja dos frases que siguen resonando: «Se trata de compartir tu experiencia, tus caminos, tus procesos, tus errores, tus pruebas, tus aciertos». «La sensibilidad de la que te estoy hablando consiste en no perder la ternura en este mundo violentado; es sumamente importante sensibilizar a un mundo violento».

Con Manu se conversa ameno, mientras que con el poeta y el artista visual se reta a uno mismo a experimentar sensibilidad y a cuestionar la violencia, la identidad e incluso la ternura.

[Fotografía de portada: Fernando Chuy]

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