«I like to avoid labels. It is American publishers who love them”.
Patricia Highsmith
En los tiempos que corren es solo a través de estrellas de Hollywood que un público numeroso —que no de todo tipo— llega a conocer algunas joyas del arte, algunas veces enterradas por etiquetas simplistas. El nombre de Patricia Highsmith es quizá uno que vuelve a la mente de un público reducido gracias a la adaptación de otra de sus novelas, Carol (2015), con nominaciones al Óscar y ganadora en el Festival de Cannes.
La película tiene brillantes matices en fotografía y actuación, pero se queda definitivamente corta en el argumento sólido, coherente y cautivante con respecto de la novela. Muchos dirán que no se puede de otra manera, pero difiero en ello. Filmes como The Great Gatsby y The Hours, que no trasladan todos los detalles a la pantalla, guardan la esencia de la novela y la genialidad de sus autores.
Conocí a Highsmith con la adaptación que se estrenó en 1999 de The Talented Mr. Ripley. La película me fascinó, luego entendí que había sido la psiquis de Tom Ripley, protagonista de una saga de cinco novelas en que suplanta identidades y es un asesino casi perfecto. Años después leí apasionadamente Ese dulce mal (This Sweet Sickness), ambas novelas desarrollan retratos psicológicos de personajes complejos, creíbles y embebidos por sus contextos patológicos derivados de sociedades doblemoralistas que multiplican y, hasta cierto punto, inducen la violencia. Estas novelas fueron catalogadas como novelas policiacas.
Esa etiqueta ha acompañado la obra de la autora estadounidense, quien en incontables ocasiones “declaró que no se consideraba escritora de novela negra, y que por lo demás no era a ella a quien interesaban las etiquetas, sino a los críticos y editores norteamericanos”, según la investigación Patricia Highsmith: En jaque al género, de Benjamín López Gómez.
López Gómez apunta a que existe un correlato en todas las novelas de Highsmith: “la disociación entre el individuo y la sociedad de consumo”, algo tan actual que ella ya exploraba desde su primera novela publicada en 1950, Strangers on a Train, que fue llevada al cine por Alfred Hitchcock un año después.
Al etiquetarla en la novela negra, se obvió la influencia que Dostoievski, Kafka, Camus, Nietzsche y Sartre habían dejado en la obra de Highsmith. Ella tenía un particular interés en cómo opera el crimen y no tanto en saber quién es el asesino, como lo estructura una novela negra. El desarrollo narrativo de Highsmith se podría comparar incluso con la reciente serie de TV Hannibal: desde el principio conocemos al asesino, lo que nos intriga es lo se entreteje en su mente. López Gómez afirma: “el crimen opera siempre en un nivel rigurosamente mental (salvo en el momento de ser cometido)”. Eso es lo que Highsmith moldea en sus libros: “El crimen se revela, por tanto, como la excusa idónea para reflexionar sobre la culpa, los sentimientos de soledad y rechazo, la angustia”.
A Carol también se le etiqueta, es muy sencillo colocar la novela y la película en la “categoría homosexual” porque gira en torno de dos mujeres que se enamoran. Es difícil pensar fuera de la caja; es impensable, quizá, que un libro pueda hablar de concepciones sociales y psicologías más profundas que nos conciernen a todos, nos definamos como nos definamos.
La transgresión de Highsmith va mucho más allá de una etiqueta, ya que también se interesaba en los temas que se encontraban en el corazón de la sociedad estadounidense de su época —por no decir de todas las sociedades y todas las épocas—: la familia, con todas sus variantes; la soledad, el aislamiento, la incomprensión en la vida de la gran urbe contemporánea; la imposibilidad del derecho a elegir dentro de la sociedad, el matrimonio.
Según López Gómez, “ponerle etiquetas, sean del género que sean, constituye una suerte de simplificación y desvirtuación, tanto de la obra como de la sensibilidad que la ha construido trabajosamente. Una escritora tan compleja y tan personal como Patricia Highsmith no admite reducciones de ningún tipo”.
Carol es una novela luminosa que corrió el riesgo de alejarse de la política editorial y social que exigía que las novelas que trataran la homosexualidad tuvieran un final trágico o “correctivo”. En esta novela no hay psicópatas ni violencia extrema. La violencia sutil —quizá la más perversa— es ejercida por una sociedad heteronormativa que controla tanto a hombres como a mujeres.
Para 1952, López Gómez resume: “Therese y Carol son mujeres atractivas, inteligentes, alejadas de ambientes sórdidos, y que viven de un modo digno, en la medida en que se lo permiten sus posibilidades económicas. Lo más importante de todo es que son moderadamente felices, entendiendo con esto que no viven atormentadas por su homosexualidad”, algo incluso difícil de encontrar en un país centroamericano en el siglo XXI.
Quienes apreciamos a los autores versátiles y la literatura que aborda la psicología humana no podemos dejar pasar a esta prolífica escritora, y tenemos para escoger: veintidós novelas, siete libros de relatos y un ensayo, gracias a una editorial que tiene los derechos en español; en internet se encuentran más títulos en su idioma original.
†
¿Quién es Diana Vásquez Reyna?