Alfredo Espino: salvadoreño, bohemio, poeta y suicida


Darío Jovel_ Perfil Casi literal¿Quién tuviera dos alas para el vuelo?

Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido.

Si Antonio Machado se dedicó a describir los bellos e imponentes campos de Castilla, Alfredo Espino hizo lo propio con los trigales y montañas de El Salvador. Es difícil leerlo y lograr que entre sus versos sencillos —y sin ninguna pretensión ajena a su propio deleite— emane un mínimo gesto de personalidad, pero quizá no lo necesitan.

Nació a principios del silgo XX en una familia de poetas e intentos de poetas, aunque jamás llegó a expresar la voluntad de compartir aquella vocación. No obstante, no ha habido alguien que haya podido describir el territorio nacional mejor que aquel joven abogado.

Magnificar la belleza de un cerro, alabar las cualidades inherentes al árbol —que solo observa quien mira más allá del baraje de las obviedades—, cultivar con palabras los frutos de un país y privar de sus versos las impresiones que tenía de su propia vida; todo esto era la especialidad de Espino.

En Jícaras tristes (único libro del autor) apenas hay cinco o seis poemas donde relata situaciones personales. El grueso de su escasa obra es una carta de amor a la tierra donde le tocó nacer y vivir. Sus intenciones fueron ejercer su profesión de abogado, mientras que la poesía fue un escape, una forma de expresar en papel lo que su timidez le impedía hacerlo en persona.

De su vida se ha escrito poco y muchos critican la «falta de madurez» en sus escritos. Murió de 28 años, según la historia oficial, víctima del alcoholismo; pero no son pocas las fuentes que desacreditan esta teoría y apuntan directamente a un suicidio. En estas circunstancias, exigir «madurez» a su obra, la cual nunca tuvo intención de publicar, es un acto de demagogia.

Fue un desconocido durante casi diez años y su padre, quien se sentía culpable por su muerte, movió cielo y marea para publicar los poemas que su hijo dejó en hojas sueltas escritas a mano y con muchos manchones. Su trabajo vio la luz gracias a la determinación de su padre y la buena voluntad de un editor en la editorial de la Universidad Nacional. Poco a poco, Jícaras tristes se hizo con un lugar especial en la historia de la literatura nacional; su autor, aquel joven triste se convirtió en poeta nacional y sus palabras fueron declamadas en todas las escuelas.

Fue el mejor en el oficio de describir lo bello. Pudo haber escrito sobre su vida, sobre la situación de El Salvador o sobre lo que pensaba del mundo, pero se enamoró más de las colinas y los cañales. Aunque también es probable que de cierta forma escribiera sobre todo lo demás, que su lenguaje esconda profundos ideales, que esas «alas para el vuelo» fueran su forma de reclamar libertad, que el ciervo que bebía luz fuera él mismo, que su corazón, como el del árbol, fuera un corazón musical.

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