Edgardo se llamaba el desdichado ciudadano de Guanacolandia cuya efeméride festejarán los bisnietos de mi amigo Williberto, si es que sobreviven a la pánicopandemia que nos azota.
¿Cuál es la proeza por la que Edgardo ya tiene su fecha especial en el calendario festivo de por allá? ¿Qué hizo en ese 19 de marzo de 2020 que fuera tan importante y trascendente? Pues nada realmente, solo que fue el tránsfuga nacionalista y patriótico que entró de mojado el virus de la corona a su terruño costero, donde la fiesta es eterna entre los amantes de las pupusas calientitas y las pílsener bien frías. ¡Salú!… es lo que cuidaron, pero que comienzan a necesitar.
¿Acaso no es irónico? La verdad es que sí. Resulta que ese país de la melancólica región entre el norte y el sur nuovocontinental, el que más fuerza laboral exporta y más dolarucos gringos importa, ya fue vístima, sí, con s: vístima de un migrante en reversa, ansioso por regresar a su amada Guanacolandia.
Según él, regresaba para salvarse de la travesía sin fin y a recibir las bienvenidas y los parabienes. Él daba por hecho que regresaba a vivir, pero no. Resulta que regresó a morir, aunque parece que todavía no lo sabe. Y de pilón (porque los guanacos son así de generosos) no llegó solo, sino bien acompañado por el temido extranjero microscópico que supuestamente vuela en alas de murciélago en salsa soya china sobre la atmósfera, pero que realmente es espécimen de la miedósfera y brinca alegremente entre otros especímenes mocosos, garrasposos y gargajosos.
Edgardo no tenía la intención de compartir sin reparos aquel regalito al que todos le huimos y por el que la Guanancia se encerró, tapiando a cal y canto sus múltiples fronteras; sin embargo, fue el escogido por el destino para recibir el galardón de ser recordado eternamente como el que compartió su premio gordo a toda una nación. A eso se debe la efeméride «19 de marzo: Día de la Microbiológica Generosidad Guanaca».
La comanda fue lapidaria: NO SE PUEDE ENTRAR NI SALIR DEL TERRITORIO. Pero como por emprendedores e ingeniosos los salarruereños no se quedan chiquitos, Edgardo, bien visionario, encontró un punto ciego en la frontera con Chapinlandia. Por ahí se les coló, porque él no se iba a guardar el notición de su embarazo de funeral. Además, simpáticamente (así son ellos), llegaba para quitarles de encima el invicto, ese número redondo del que tanto se envanecían como saludables, salubres, higiénicos, asépticos, peludos, peliagudos y pelimpimpudos descontagiados.
En otras palabras —y para dejarlo clarísimo como el agua del río Paz que se atravesó este heroico vecino kolashampanero—, Edgardo llevaba entre pecho y espalda la visa migratoria que hizo a los lencapipilcacaoperanos ciudadanos legítimos de la miedósfera. ¡Bienvenidos sean y feliz 19 de marzo de 2020 para todos!
Posdata: antes de que me linchen, no vayan a googlear a nadie. Los hechos aquí son reales pero los nombres son ficticios.
[Foto de portada: J. M. Raffi]
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