«(…) cuando en los hombres se encarna un grave pensamiento, un firme intento, una aspiración noble, los contornos del hombre se desvanecen en los espacios sin confines de la idea. Es un símbolo, un reconocimiento, una garantía. Porque el hombre que clama vale más que el que suplica: el que insiste hace pensar al que otorga».
Un brindis (abril de 1879), José Martí
Hay momentos supremos en la vida de todo hombre, momentos de altruismo, de emancipación. El hombre que no sea capaz de liberarse a sí mismo, deberá aprender la humillante vida del que lame su propio yugo. Ese hombre, el más vil, bendice y santifica su sometimiento; posee alma de esclavo, y esclavo quiere ser. Yo no hablo a esos hombres. Hablo, más bien, a los hombres libres; pues un hombre libre puede llevar cadenas en el cuerpo, pero ya ha destrozado las del alma, las del corazón. Eso quiere ser mi voz: un destrozar de cadenas.
Ahora bien, ¿no es el arte nuestra cadena o nuestra llave? Según Georg Lukács, en su libro La peculiaridad de lo estético (1966), las obras de arte le merecen dos consideraciones estéticas: 1º. La obra de arte, en cuanto producto humano, debe desenmascarar las circunstancias sociales entre los hombres; 2º este desenmascarar, este rectificar la verdadera esencia social del arte, salvará a los hombres en su papel ante la historia.
Es aquí cómo Lukács descubre en el arte un develar, un mostrarnos las circunstancias vitales de los hombres y la función del arte como crítica a estas circunstancias. Para Lukács «la poesía es en el fondo una “crítica de la vida”». (Lukács, 1963: 380). Tal apreciación es extensible a todas las demás artes, incluyendo la literatura, tema de nuestro interés.
Ante esta perspectiva materialista, arte y artista resultan una suerte de superestructura capaz de transformar la estructura económica. Es evidente cuál es el propósito del atraso deliberado de las artes en los países donde las burguesías mantienen un férreo control de éstas: no desean cambios en el ámbito económico, ni crítica alguna a su nepotismo. Es decir, ven en la obra de arte su potencial de crítica y transformación social.
En este punto quiero trasladarme al pensamiento de Jean-Paul Sartre, en su obra ¿Qué es la literatura? (1969). Aquí me propongo avanzar a cuál debe de ser la intención del artista, en su capítulo ¿por qué escribir?
Para Sartre la literatura es un hecho de relaciones dialécticas entre el autor y el lector, este último destinado a terminar la obra con su interpretación. Tales relaciones dialécticas serán, principalmente, de libertad y confianza. Es decir, entre más libertad creadora y más confianza demande el autor hacia el lector, existirá también una demanda equivalente de parte del lector hacia el autor; así, de esta interacción ocurrirá una síntesis: la obra literaria.
Así, la obra ya no será solamente creación del autor, sino una creación compartida; de igual modo, a causa de la misma libertad que construye a la obra literaria, el lector tendrá que posicionarse ante las injusticias del mundo que la obra le devele, y la misma libertad le demandará su indignación y su acción para acabar con dichas injusticias en el mundo material. Lo mismo ocurrirá con el autor, cuyo único y principal tema debe ser la búsqueda de la libertad, tanto en la literatura como en la cotidianidad.
«Porque no se puede exigir de mí, en el momento que siento que mi libertad está indisolublemente ligada a la de todos los otros hombres, que la emplee en aprobar el avasallamiento de algunos de ellos. Por ello, sea ensayista, folletinista, satírico o novelista, hable solamente de las pasiones individuales o arremeta contra el régimen de la sociedad, el escritor, hombre libre que se dirige a hombres libres, no tiene más que un tema: la libertad».
(Sartre, 1969: 83).
Esta búsqueda es emancipadora y no admite el culto a la esclavitud; ese culto pagano al bienestar que castra a los lectores, impidiéndoles liberarse a sí mismos (tanto en la literatura, como en la vida material) debe verse en su pequeñez y miseria inherentes: un esclavo complacido de su esclavitud. Eso es, en esencia, el estado de bienestar que intentaron implantar en las metrópolis durante la posmodernidad; por otra parte, en los países subordinados, es mucho más grotesco ese cuadro: un proletario esquirol que admite y propicia su avasallamiento al despreciarse a sí mismo, tal grado de alienación me resulta un chiste ridículo de humor negro.
Toda obra literaria, toda lectura, expone las injusticias que deben suprimirse en las sociedades. Son los hombres y mujeres quienes han de comprometerse con su libertad, con su repulsión a los que gustan y relamen la esclavitud, fieles a la intención de transformar su contexto.
Es aquí cuando la literatura comprometida expone su belleza: es la literatura de la liberación del proletariado, creada expresamente por el escritor con esa intencionalidad; dicho propósito es el que le confiere un grado estético. La obra es bella en la medida que hace libre a los hombres, tanto en su alma como en su vida cotidiana.
Ahora bien, este proceso de liberación es entendido como un proceso histórico y político de la clase trabajadora, no ocurre de un día a otro, sino en la suma de varios días, de varios años, y quizás varias generaciones. Es, como todo proceso político, una marcha hacia el porvenir; y en su trayecto abarca también estética, arte y literatura.
Fuentes consultadas
- Bayer, Raymond; Historia de la estética. Primera edición, 12ª. reimpresión. Fondo de Cultura Económica. México, D. F. 2011. 476 páginas.
- Georg Lukács; La peculiaridad de lo estético, 2 Problemas de la mímesis. Primera edición. Ediciones Ariel. España. 1966. 543 páginas.
- Martí, José; Páginas escogidas. Tercera edición. Espasa-Calpe, Colección Austral. Impreso en España. 1971. 213 páginas.
- Sartre Jean-Paul; ¿Qué es la literatura? Quinta edición. Editorial Losada S. A. Buenos Aires, Argentina. 1969. 253 páginas.
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