Llevo algunos días hojeando los textos que Enrique Gómez Carrillo escribió recién llegado a París, antes de desarrollar la pluma trotamundos que le valió su fama. En un tomo perdido entre mis estantes me encontré con una entrevista que le hizo a Emile Zola en 1893, donde, a pesar de ser aún aprendiz de escritor, ya deja ver las opiniones vitriólicas que luego afinaría al describir al francés como «un gran creador, pero un artista odioso». Hacia el final de la entrevista, Gómez Carrillo anota que «para ser el Balzac del siglo XX, será necesario poseer un pincel muy grande, muy complejo y muy fiel». A pesar del dejo vetusto y afrancesado que emana cualquier texto u opinión suya, la frase no pierde vigencia.
Allí se declara, en forma tácita pero atinada, una doble tautología: que el XIX fue el siglo de la novela, sobre todo en Europa. Basta hojear aunque sea por encima no solo a Balzac, sino también a Flaubert, Dickens, Eça de Queiros o Jane Austen, además de los gigantes rusos. Según Gómez Carrillo, la meta era muy alta para los autores del siglo que se avecinaba, pero a pesar del mal augurio esta se superó en manos de Faulkner, Yourcenar, Camus, Vargas Llosa o José Saramago, dueños de un pincel que, en teoría, no llegaría a desarrollarse. ¿Y si nos extendemos al XXI?
Como lectores latinoamericanos el sesgo es inevitable hacia Roberto Bolaño, escritor de mucho talento a pesar de la desconfianza que para algunos genera la «literatura dentro de la literatura», pero sobre todo, por la enorme construcción a su alrededor: conozco bolañistas a ambos lados del Atlántico que conocen de memoria detalles de su vida y que han seguido sus pasos en Chile, en México o en España sin haber leído una línea suya. Más allá del chileno, Mathias Enard, Han Kang, Zadie Smith o Guadalupe Nettel son novelistas que han dado pasos firmes en las dos décadas que han transcurrido en este siglo. Entonces, ¿existe ya la novela del siglo XXI?
Vargas Llosa dice que no. En una entrevista reciente el peruano lamentaba que la literatura global, y sobre toda la latinoamericana, anduviera dando tumbos y que hasta ahora no hubiera surgido una «novela de verdad». Se entiende que el comentario viene de alguien formado en lecturas decimonónicas y que supo —con enorme talento— trasladarlas al contexto continental del siglo pasado, pero que parece haberse estancado allí.
No creo que haga falta una novela tótem que alce la voz por la literatura contemporánea. Hoy, con la oferta abrumadora de series de televisión —ya no solo en televisión per se sino en la computadora o en el celular—, con el bombardeo de imágenes y videos en las redes sociales, y cuando no hace falta ir a la venta de discos o llamar a la radio para escuchar la canción favorita, ¿aún hay autores que tienen el tiempo para sentarse a escribir durante meses o años un proyecto de varios miles de cuartillas?
Y si existiera el escritor que más allá de la agenda apretada, del tráfico y de los muchos compromisos extraliterarios (es innegable que nadie vive por y para esto) encontrara el tiempo para sumergirse en la escritura de esa obra, ¿habría lectores para una «novela de verdad»? ¿O acaso la literatura mutó para convertirse en algo que, a pesar de un enfoque breve y muchas veces fragmentario, ha establecido nuevos términos de calidad?
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¿Quién es Leonel González De León?