En Hölderlin y la esencia de la poesía, Heidegger habla de la doble vinculación de la poesía. La poesía es dar un nombre original a los dioses, pero este nombre no puede ser dado si los dioses no dan el habla como donación al ser humano. O bien: la poesía no puede tener un carácter nominativo fundante, sin estar antes dentro del lenguaje. Es interesante cómo después de toda la legitimación que Heidegger hace de la poesía y de su función fundante respecto del lenguaje, sea necesario que establezca esta relación de dependencia recíproca. Sin embargo, afirma, es solo a través de la aprehensión de esta ley íntima de la poesía que se puede ver la poesía en su esencia.
Los dioses dan al ser humano signos[1] que el poeta debe interpretar, pero estos signos también son un diálogo. Es decir, la poesía es otorgada al ser humano como habla en su despliegue. Estos signos han sido dados al hombre “desde tiempos remotos”. En este punto es en el que Heidegger hace una consideración importante de un determinante cultural de la poesía, despojándola de su aparente completa independencia con el lenguaje, existe un importante factor cultural que la determina al que llama “la voz del pueblo” que es el nombre que Hölderlin da a las leyendas con las que un pueblo hace referencia a su pertenencia a los entes en su totalidad. El poeta dice lo que la voz del pueblo no puede decir, cuando esta se extenúa a sí misma.
“Así, la esencia de la poesía está encajada en el esfuerzo convergente y divergente de la ley de los signos de los dioses y la voz del pueblo. El poeta mismo está entre aquellos, los dioses, y este, el pueblo. Es un “proyectado fuera”, fuera en aquel entre, entre los dioses y los hombres. Pero sólo en este entre y por primera vez se decide quién es el hombre y dónde se asienta su existencia, ‘Poéticamente el hombre habita esta tierra’” (Heidegger).
[1] Y los signos son, desde tiempos remotos, el lenguaje de los dioses (Hölderlin, citado por Heidegger, en Hölderlin y la esencia de la poesía).
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