Cambiando intempestivamente de tema con el tiempo a cuestas, los días que se acercan y las noches que pasan sin darnos cuenta, sin darme cuenta, durmiendo de sopetón, así, como todo empezó y todo termina, de un solo, del tirón descompuesto por la vida. Tantas cosas que se acumulan: el tema anterior, la virtualidad, la mentira, el perecer ser que es el ser con el parecer, la rabia, la indignación, el enojo total, el desprecio, el nuevo presupuesto, el ladronzuelo público que terminará pagando por el resto de sus días o, al final de su vida, espero, los libros que siempre están ahí regados por todos lados, las novelas, la poesía (y ya verás / qué monumento a la poesía / la gente que viene y va, dice la canción), las cucarachas que me acompañan por las noches, que decidieron dormir conmigo, no dejarme morir en la soledad nocturna, pero resulta que me encuentro en otro estadio en este momento, me encuentro en otra situación que no dejan por un lado todo lo anterior comentado, todo lo que está sucediendo en este mundo, en este país, en este territorio tan circunspecto, tan delimitado, tan conocido con sus victorias y sus derrotas, con lo que pesa y le da liviandad, con lo que muere y resucita…
Ahora, lo que digo, es que hago un libro con mis manitas, en un par de días, parece maratón el asunto, un día para hacer la convocatoria, otro para maquetarlo, diagramarlo y la tarde y la noche para confeccionarlo, es gente diversa la que ahí se encuentra y muchos se encuentran disfrazados por las letras porque acabo de leer que Ricardo Piglia dice que la literatura es para los tímidos y ahí están ellos, estamos todos, los veo y me ven, veo sus textos como si fueran ellos, los veo, no sé por qué, como si fueran Los fantoches de Solórzano —sin sentimentalismos, sin ofensas, sin susceptibilidades—, no sé por qué pero así veo a los textos, así veo a los hombres y mujeres escondidos tras las letras, así veo todo. Tal vez se me vino eso de Los fantoches porque veo los espacios en blanco, esos espacitos que nadie ve y todos ignoran que pueden parecer letras caídas en la batalla, letras que perdieron el impulso en el camino, que perdieron las fuerzas para pararse por completo y, así, de un estremecimiento total cayeron. No recuerdo si Valdano o Villoro dijo que los intentos de futbolistas que no logran establecerse como tal son como los espacios en blanco en los libros, por eso, los espacios en blanco son intentos de letras, son los caídos y de caídos vive este mundo porque ellos, en realidad, los anónimos, son quienes verdaderamente le dan el sentido a la vida.
Pero de lo que quiero hablar es de la creación, que es en lo que me encuentro en este momento, y cuando digo creación no me refiero precisamente a la literaria ni a la confección editorial ni a la artística ni nada de nada, me refiero a la creación total, pura, la única, la que se da cuando de un grupo de objetos que conocemos como materiales surge algo más, un objeto completo, único en una unidad representativa que abarca un concepto. Entonces hablo desde la creación de un vestido, de una silla, de una mesa, de un libro, de tantas cosas que podemos encontrar al solo mover la cabeza para la izquierda y para la derecha, con solo ver hacia el frente o hacia atrás y encontramos miles de objetos que han sido creados.
Crear es creare y nos lleva hacia la creación, obvio, hacia engendrar, nombrar o elegir. Pues bueno, ahí estamos en la creación, en mover cada objeto para crear uno nuevo y me acuerdo de La caverna de Saramago y de una escena en donde dejan unos chunchitos de barro en el horno para siempre y el que los deja le dice a su nieto, creo, que seguramente vendrá alguien en mil años y hablará de alguna teoría religiosa sobre no sé qué y que también puede hablar de una teoría ritualística o nos remontará a la Edad de Oro de los primeros creadores y entonces ahora, ahorita, veo hacia el cielo, muevo mi cabeza hacia atrás y levanto los ojos y veo el cielo nublado en esta ocasión, es blanco y con tonos grises y me acuerdo de todos los dioses creadores que me acuerdo y fijo, ahí está Dios, el que es, según le dijo al pobre Moisés asustado, me acuerdo de los Constructores, los Formadores, las Madres, los Padres de la vida, Corazón del Cielo, ¿Tepeu, Gukumatz, Huracan, Ixmucané?, y lamento no tenerlos en mente en este preciso instante. Me acuerdo de Tláloc, Quetzalcóatl, Tezcatlipoca, Huitzilopochtli, Coatlicue, de Gea, Urano, Cronos, Zeus, Amón, Mut, Satet, Ra, Baal, Tanit, El o Il, Marduk, Brahma, Shiva, Vishnu, Krishna, etcétera, etcétera, etcétera. Me acuerdo de todos ellos porque todos ellos nos crearon, unos un poco más y unos un poco menos, otros por aquí y otros por allá, hicieron el universo, hicieron el mundo, hicieron a las personas y todo lo demás vino de volada, una cosa lleva a la otra y así, de sopetón, del mismo modo como me quedé dormido anoche sin darme cuenta, sin más ni menos y me acuerdo que cada uno de ellos estaba medio loco, era irascible, impositivo y pienso y creo que a veces los entiendo porque si yo me estoy emocionando con este libro que estoy haciendo con estas mismas manos con las que estoy escribiendo (te doy una canción / con mis dos manos, / con las mismas de matar), cómo no se iban a emocionar ellos que hicieron todo: el cielo, la tierra, el aire para respirar, los árboles altos y cada vez más altos, los pájaros que vuelan de aquí para allá, el fuego que creó la civilización, la creación fallida del humano que jode todo cuanto toca…
Bueno, por esto cambié mi tema hoy, por esta idea, por esta sensación, ahí vendrá otro día eso de la mentira y la virtualidad, de la falsedad, de decir algo que no es, de nuestra palabra que flota sin peso, sin ser.
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