No conocemos el nombre de las personas fallecidas la semana pasada en la tragedia ocurrida en el basurero de la zona 3 de la ciudad de Guatemala. No nos importa. Se trata de difuntos anónimos que carecen de un trabajo de distribución pública del duelo. Pocos fueron los medios que mencionaron los nombres de las personas fallecidas y aún menos los de las personas desaparecidas, de quienes ni siquiera hay una cifra exacta. Se trata de muertes que no nos importan. Judith Butler menciona ese mismo fenómeno en su libro Vida precaria. El poder del duelo y la violencia: la distribución diferencial del dolor que decide qué clase de sujeto merece un duelo y qué clase de sujeto no lo merece produce y mantiene ciertas normativas de lo humano. ¿Qué vida produce una muerte lamentable? ¿Qué vida no lo hace?
La respuesta a esta pregunta la podemos observar en los casos paradigmáticos de ejercicios de duelo público. No mencionaré nombres, pero algunas muertes provocan enormes obituarios de prensa, golpes en el pecho de varias instituciones y hasta manifestaciones en las calles. Esas son las vidas que le importan al Estado, que le importan a la norma y que nos importan a nosotros. Esas vidas encajan de mejor manera en esa categoría de lo humano. Algunas de las características que Butler señala son la monogamia, la heterosexualidad, el matrimonio (o el camino hacia), el éxito, la felicidad. De cierta manera es este derecho del duelo público el que constituye las normativas que determinan los sujetos que prefiere la nación sus miembros.
El comunicado que luego publicó la municipalidad de Guatemala atribuyó la responsabilidad de las muertes a la negligencia, a la necedad de continuar viviendo en el lugar a pesar de haber emitido una alerta previa. A mí me parece que esta actitud defensiva de culpar a las víctimas, sin siquiera nombrarlas, es más negligente y además inhumana que la lucha por la supervivencia que obliga a algunas personas a vivir y a trabajar en un basurero y en condiciones de riesgo. En ningún lado se percibe el dolor, el luto oficial que reconoce a las personas como seres humanos, a las familias como familias dolientes. Me atrevo a decir que al leer este texto no faltarán quienes despotriquen contra Ésos, que siempre son otros y no parte de nosotros, que de necios se van a meter a esos lugares. Así como se van a meter al Cambray o a los asentamientos de los barrancos sin darse cuenta de que es precisamente la indiferencia de verlos siempre como Ésos la que los obliga a orillarse, a existir en los márgenes del mundo y de la vida, de la legalidad o la ilegalidad, de la muerte y la miseria.
Estos momentos son justos para cuestionarnos qué es lo que nos duele. Qué lugar le damos a la muerte, a la posibilidad del asesinato, a la responsabilidad sobre el Otro en nuestras vidas. ¿Quiénes ocupan ese lugar? Ese sería el tema, el punto de partida para cualquier reflexión sobre país y sobre nación.
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