Sobre cuentos de Navidad y otras cosas


María Alejandra Guzmán_ Perfil Casi literalA lo largo de la historia se ha escrito una vasta cantidad de relatos relacionados con las celebraciones decembrinas. Quizá el más popular sea Cuento de Navidad, escrito por Charles Dickens, cuya trama ha sido adaptada y llevada al cine en múltiples versiones. No obstante, literatos como Guy de Maupassant, Vladimir Nabokov, Emilia Pardo Bazán, entre otros, también escribieron extraordinarios relatos con ese mismo título pero con temáticas completamente diferentes entre sí.

Sin embargo, recientemente leí de nuevo un cuento escrito por Hans Christian Andersen titulado “La niña de los cerillos”, cuyo contexto también se remonta a las fiestas de fin de año. Inmediatamente recordé que durante mi infancia había leído ese cuento alguna vez, pero no lo había comprendido en toda su dimensión.

Mientras leía el relato, sentí que el rostro de la pequeña vendedora de fósforos es perfectamente visible en cada niño que sufre hambre, frío, desolación, abuso físico y psicológico mientras es explotado por adultos irresponsables que no meditan ni un segundo en lo vulnerable que es una criatura cuando en lugar de estar estudiando, jugando y aprendiendo, trabaja en las calles expuesta a un sinfín de peligros, razón por la cual considero que se trata de una historia aún vigente en nuestros días.

“La niña de los cerillos” me hizo reflexionar sobre la explotación infantil y la escasez económica porque precisamente el día que leí dicho cuento, el Instituto Nacional de Estadística (INE) presentó la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI), cuyos resultados demuestran que existen más de nueve millones de personas viviendo en condiciones de pobreza en Guatemala. ¿Casualidad? Quién sabe.

Y pensé en mi propia niñez, cuando quizá a la vuelta de la esquina, mientras yo recibía un regalo de navidad, había otro niño u otra niña deseando tan sólo un pedazo de pan, una cobija y quizá un abrazo fraternal, lo cual sigue siendo una realidad palpable en nuestros países. Y yendo más lejos, en Dinamarca, cuando Andersen hilvanaba este relato, allá por el siglo antepasado, sucedía lo mismo.

Mi propósito no es profundizar sobre la pobreza a nivel nacional —o inclusive mundial— desde una perspectiva causal; más bien, mi objetivo es compartir una pequeña parte del monólogo interno que no me permitía leer “La niña de los cerillos” sin imaginar aquellos rostros inocentes que durante estas fechas (y el resto del año), nos muestran por sí mismos los crueles efectos de la desigualdad económica y social.

Sentí una emoción similar al leer “Vanka”, relato de Anton Chéjov. Al igual que el cuento anterior, esta obra nos muestra el drama que vive cualquier niño que sufre maltrato y explotación. La trama se basa en la consternación de un niño huérfano que suplica a su abuelo, por medio de una carta, que lo lleve con él para no seguir siendo maltratado por sus maestros y explotado por el zapatero que temporalmente se está haciendo cargo de él. Este cuento, además de suscitar profundas reflexiones, conmueve a cualquiera hasta las lágrimas.

Lo cierto es que mientras escribo esta columna y durante el tiempo que usted la lee, millones de niños alrededor del mundo están siendo explotados por sus padres o tutores de una forma terriblemente injusta. En otras palabras, al mismo tiempo que algunos seres humanos estamos disfrutando de una actividad que nos causa placer (hecho nada censurable, aclaro), hay pequeños cuyas manos en lugar de tocar un libro para leer, un juguete para entretenerse o un dulce para saborear, sostienen vulgares mercancías que adultos desalmados les fuerzan a vender.

¿Será que la Humanidad entera es responsable de esta desigualdad? ¿Seremos culpables usted y yo? No tengo esa respuesta, sin embargo, independientemente si tenemos o no responsabilidad por ello, si hemos sido indiferentes ante esta realidad en el pasado, si no habíamos notado que esto sucede a la vuelta de la esquina, nunca es tarde para meditar sobre ello y hacer algo al respecto.

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