No existe otro artefacto generador de ficciones más vigoroso que el cine. Ninguno. En él pactan, finalmente, el duro escepticismo de la ciencia y las inquietudes del arte. Es el testimonio en movimiento de nuestra vigilia, de los anhelos, las derrotas individuales y de la tribu. La vida con antifaces y sin ellos. La maja desnuda y la otra también. Ahí donde la realidad deja de ser y reanuda su paso. Bueno, siempre y cuando no sea uno mismo quien estreche las posibilidades de ficción que el cine nos ofrece. Siempre y cuando no lo miniaturicemos.
Hace una década —ya verán por qué les cuento lo de la edad— habíamos inaugurado los fines de semanas de cine. Cuatro amigos, algo casero, arracimados todos al monitor de una computadora. Verdaderos maratones eran aquellos, las olimpiadas del cine: seis, siete películas diarias. Algunas veces uno de nosotros se dormía en plena función; otras, solo uno quedaba en pie.
Nos exigíamos un requisito único: los autores de culto. Rebuscamos entre los directores distinguidos, los más difíciles, lo más recónditos. El cine de autor: Kurosawa, Resnais, Godard, Cocteau, Tarkovski, Lynch, esos que uno presume de haber visto alguna vez. Éramos muy jóvenes. Creíamos que el cine era exclusivamente eso: caligramas ilegibles, intelectualismo y artificios visuales. Nos abanderamos de culteranismo sin saber que con ello encogíamos al género, sin considerar que existía otro registro cinematográfico —lingüístico— que también ofrecía placer estético y entretenimiento. Que el cine comercial —¿alguien dijo light?— y sus devotos, que tanto descalificamos, era simplemente una aproximación distinta a la realidad. Otro reverso del mismo artefacto.
Nos tomó años entender esta doble experiencia con el cine, su otro espectro sensorial y no necesariamente intelectivo. Ampliar nuestro horizonte de lectura y asumir, con prudencia, que ninguna de estas tendencias debía excluir a la otra. Porque los fines quizás eran equivalentes: la ficción, los conflictos sociales en común y la desautomatización de la realidad. En ambos constructos: el cine comercial y el de culto. ¿Cine? Caray. Todo este tiempo creí que estaba hablando de literatura. Tendré que empezar de nuevo: no existe otro artefacto generador de ficciones más vigoroso que la literatura. Ninguno.
¿Quién es Javier González Blandino?