¡Qué triste predicamento! Javier Payeras en el ojo del huracán. La pesadilla se hizo realidad: se levantan las voces acosadas y acusadoras que lanzan al abismo del desprestigio a un buen escritor, el mismo por quien elaboré innumerables argumentos en favor de su literatura. Sí, mea culpa, fui yo quien incluyó su ópera prima dentro de la colección de literatura centroamericana contemporánea Mar de Tinta. Ese esfuerzo editorial que algo, tal vez poco, hizo en la primera década del segundo milenio por sacar de la cárcel del anonimato a la expresión literaria de la región.
Creo que fue una batalla perdida y lo lamento. Nos ganó el egoísmo, el solipsismo, la arrogancia, la descalificación y tal parece que también la desfachatez calenturienta y el ego libidinoso; el mismo que persuade a bastantes protagonistas de nuestro mediocre ambiente cultural para valerse de su afortunada o desafortunada posición con el objetivo de cachondear a placer, aunque muchas veces sin pena ni gloria.
Ahora podrán decirme a la cara: «¿Ves? Te lo dije, no valía la pena publicar Ruido de fondo, fue en balde tanto esfuerzo apologético por una dizque nueva expresión literaria que muestra otro conflicto armado: el personal, el más íntimo y contradictorio que pugna por resolverse para evitar una hecatombe que impacta a nuestra mojigata y remilgada sociedad».
No estoy para tirar más piedras que entierren a Javier, ni para justificar sórdidas costumbres. Solo diré que lamento mucho las acusaciones en su contra y que me solidarizo con las víctimas. ¿La ironía más burlesca? La última vez que vi a Javier, hace casi un año, coincidimos en la presentación del libro sobre la ley del femicidio La mujer fragmentada, publicado por mi querida Irene Piedrasanta, en el recinto del antiguo cine Lux, ese espacio que él siempre brindó generosamente cuando era parte del staff de la Cooperación Española.
Ese día, Javier dijo algo como: «Es un honor ser parte de este esfuerzo por acabar con la violencia en contra de la mujer».
¿Cuántos que se declaran pro vida y reaccionarios ante la discriminación y el abuso en realidad se pasan lo políticamente correcto por donde no les da el sol y se relamen los bigotes al imaginarse escribiendo un poema en la piel de cada chica a la que acosan? Creo que esta es la pregunta retórica más extensa que he escrito.
Pido disculpas en nombre de Piedrasanta, la editorial que me permitió publicar Ruido de fondo, novela que continúa pareciéndome válida y valiosa en tanto se atrevió a darle voz a una generación que se tragaba sus gritos en busca de identidad. No pretendo valerme del escándalo, pero si el morbo les hace cosquillas entre el hígado y el corazón, búsquenla y léanla antes de que la censuren por completo. Luego platicamos.
Alguna vez, durante el proceso de edición de la novela que también incluyó poemas del emblemático Soledad Brother, en una de nuestras largas conversaciones, le dije a Javier: «Su estilo se me antoja tan bukowskiano…» No imaginé qué tan proféticas eran mis ignorantes palabras. Ahora ese ruido de fondo que eternamente me acompaña se ha convertido en la voz de Javier con su eterno saludo: «¡¿Qué tal, Michelle, ma belle?!»
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