Bienvenido al siglo XXI, donde todas tus estrellas favoritas están muertas o son violadores. Ya sea en Hollywood o en la Academia del Nobel, los escándalos de acoso sexual están a la orden del día. Y mientras la feligresía facebookera debate si esta es una conversación urgente o una cacería de brujas, yo sigo preguntándome si quedará alguna pieza de cultura contemporánea a la que pueda abrazar con ternura y nostalgia sin sentir la mano escurridiza de un Tío Raro. En cualquier caso, la conversación que nos compete a los siervos de la farándula es otra.
Hablar de sexo sigue siendo complicado en esta década. Sus tabúes se refuerzan con creencias religiosas, principios económicos y sistemas políticos que aparentemente defienden el mejor interés de la humanidad. Preservan unidades cómodas y comprensibles ―como la familia nuclear― con principios que castigan la promiscuidad, la homosexualidad y el aborto, entre otros fenómenos. He señalado antes cómo la opresión contra las mujeres emergió para asistir una sociedad primitiva agricultora cuyas funciones clave eran la reproducción y crianza de obreros. Pues bien, a pesar del progreso tecnológico y social, tenemos ideas en torno al sexo que sirven a los propósitos de una era cuando podías vender una esposa o intercambiar tu primogenitura por lentejas.
El sexo es una cuestión de poder y por eso no es sorpresa que se emplee su posición tan vulnerable (tan desnuda) para desprestigiar a los otros. Basta con observar cuántas palabras soeces se refieren a un órgano sexual y cuántos insultos son términos homofóbicos o sexistas. Si tuviera un centavo por cada vez que un hombre me ha mandado a buscar quien me coja para quitarme lo amargado, seguramente podría comprar un vibrador con fusión nuclear y acabados de diamante. Absolutamente todas las mujeres con algún grado de éxito cuentan con un rumor sobre un coito prodigioso que aparentemente justifica sus esfuerzos. Y esto no es coincidencia: todos esos ataques, rumores y mentiras se originan de una moralidad hecha a imagen, semejanza y conveniencia de la masculinidad heteropatriarcal.
Siempre que señalo este privilegio puedo contar con que un hombre hetero me reclame que “todo es acoso ahora” y que “estoy arruinando los valores” o algo así, pero lo cierto es que una sociedad inclusiva se trata de concederles respeto y justicia a todos. No existe respeto cuando un hombre puede usar palabras como “niña” o “gay” para ofender a otro, y tampoco existe justicia cuando mis reclamos de acoso de parte de un supervisor son desacreditados porque “él solo quiere ser mi amigo” o porque “decirle un piropo a una señorita es cortesía”. Muchos hombres piensan que con aprender a controlarse y no comentar están contribuyendo a una sociedad más justa, pero la verdadera manera de apoyar es denunciar y reprobar abiertamente esas conductas. Veo muy pocos hombres corrigiendo a otros, pero sigo encontrando demasiados tipos que vienen a explicarme por qué el tener una vagina me convierte en una nebulosa de misterio y emociones desordenadas.
La violencia sexual existe y merece que todos los casos abiertos en esta ola de denuncias reciban su castigo, pero la verdad es que los ruidos de los famosos arden y se extinguen en los titulares, mientras que en la vida real acumulamos toda clase de agresiones, grandes y pequeñas, para defender el enorme privilegio del pene. Tenemos insultos, acosos y doble moral planteados por una perspectiva masculina que rechaza a los “huecos” y etiqueta a las “putas”, y de paso también tenemos caballeros muy correctos que pretenden quedarse callados porque no les incumbe. Bienvenido al siglo XXI: nuestro único recurso sostenible es la cultura de violación.
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Mil gracias por publicar esta entrada, Angélica. Todo aquí mecesitaba decirse y eres valiente por hacerlo.
Quien te estima y admira, Richard
Hey, gracias. 🙂 Un abrazo.
Como siempre un articulo muy bueno. Es complejo el tema y tiene valor para decir las cosas tal y como son.
Excelente artículo, mucha gente dice que ahora todo es acoso pero la verdad es que siempre lo fue, solo que no se los habían dicho…
Lo que pasa es que siempre ha sido acoso, solo que ahora las víctimas hablamos de ellos y denunciamos a nuestros acosadores. Antes nos teníamos que callar más porque nos creían menos y todos nuestros esfuerzos eran ignorados. Con lo que nuestras antepasadas empezaron, nosotras estamos continuando. Soy activista contra el acoso callejero y creeme que con este tipo de comentarios me topo todo el tiempo y ni te digo todo lo que me ha tocado vivir. Te invito a que nos visites en nuestro FB, somos el Observatorio Contra el Acoso Callejero. Nació en Chile y ahora está en todos lados de Latinoamerica.Yo pertenezco al de Nicaragua. Saludos y muy buen artículo.