El turno de la Bestia (V)


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal 2Por la facilidad con que ahora accedemos a la información, a la conectividad y a la presencia global, poco me sorprende que las personas hayamos desarrollado una actitud comodina hacia el conocimiento y una deliberadamente indiferente hacia la lógica. Afortunadamente a nuestra Bestia le encantan sus presas sueltas y desenfadadas. Y como sucede en muchos ecosistemas, los depredadores suelen adherirse simbióticamente a los carroñeros en un ciclo de muerte y putrefacción.

El mundo necesita de la ignorancia e indiferencia para preservar ese frágil desequilibrio social que beneficia a los elegidos. Es imposible hablar de la historia del siglo XXI sin pasar por el término fake news; así, sin traducción a pesar de sus múltiples equivalentes. Quizá Donald Trump no haya sido el primer político en especular sobre la integridad informativa del pueblo, pero definitivamente fue el responsable de vulgarizar el concepto de la desinformación y convertirlo en el arma política más efectiva de nuestro joven siglo.

La desinformación ha existido desde que los humanos podemos hablar: por eso el mundo vio la crisis de misiles en Cuba, bautizó el esquema Ponzi y por un tiempo alabó a una falsa Anastasia Romanov. De cara a la era digital, la estafa ha mutado a cuestión de un par de clics, drenando las cuentas de los ilusos con promesas de premios y herencias de la monarquía nigeriana. Sin embargo, el recurso más valioso en este siglo no se queda en unos cuantos billetes: en esta época, la moneda de valor es la información y su tasa de intercambio es el interés (sin albur) que la gente le deposite.

Bastan unas cuantas horas en Twitter para descubrir a los mineros de esta curiosa moneda: los famosos netcenters. Resaltan por sus avatares con fotografías extrañamente mal enfocadas o saturadas de filtros (claramente usurpadas de perfiles extranjeros), por sus imágenes de personajes de cine o TV, o bien, por la falta del avatar que delata el huevito de colores. Tienen nombres de usuario saturados de números y guiones, generalmente en doble sentido o convenientemente anodinos: el_master_0100, juan0945243623, anitala_bonita9, elver_gazo y cualquier otra sandez.

Con una dedicación que raya en necedad, estas «personas» salen a cazar cualquier contenido con moderada atención. Mandan besos para las fotos de las edecanes, insultan a los seleccionados de futbol o mandan bendiciones para la patria en los reportes de noticias. Buscan provocar: reparten culpas e improperios en los hilos controversiales con ansias de incitar respuestas y discusiones inútiles. Simultáneamente comparten cientos de piezas desinformativas, cuidadosamente alternadas con noticias y memes. Construyen confianza para inocular a sus allegados con versiones alternativas de la realidad —alimentando mitos tan absurdos como el terraplanismo— que poco a poco se convierten en legítimas posturas de política, fe o economía.

Con el tiempo, estas personalidades ganan seguidores reales y, en algunos casos, pueden establecerse como líderes de opinión. Son alabados como humoristas o críticos por una turba que tiene conceptos dolorosamente mediocres del humor y la crítica. Pululan entre nosotros, acaso contratados como agentes de comunicaciones o community managers, alternando dispositivos y cuentas a su antojo, o acaso sentados en los típicos cubículos de un centro de información.

Pocos autores pueden presumir semejante presteza para encarnar y perpetrar la ficción. Bastan unos cuántos celulares y suficiente ancho de banda para poblar al país con extremistas, radicales y fundamentalistas. Y uno pensaría que, de cara a suficientes recursos para desmentir la información dudosa, habríamos desarrollado una mayor agudeza para investigar e interpretar la realidad. Sin embargo, la realidad es que el nuevo orden mundial comienza muy lejos de las ciencias y sabidurías: en una solitaria cuenta anónima con la imagen de Homero Simpson.

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