Feminismo (pero para ellos)


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal.jpgHombres, repitan conmigo: «el siglo XXI aún necesita el feminismo». Ustedes necesitan el feminismo. Escucho a muchos caballeros decir frases como «prefiero la igualdad» o «convivamos en amor», pero esta es la postura que niega la clara desventaja, exclusión y abuso al que estamos expuestas las mujeres. Demasiadas personas siguen creyendo que ser feminista implica incinerar brassieres, maltratar a los hombres y desfilar desnuda en las plazas. Y luego de que este 8 de marzo llovieran los memes, felicitaciones y ofertas, quise explicarlo de manera clara y personal.

¿De dónde viene el machismo? Una de las miles de teorías que tratan de responder a esta pregunta la leí en un libro de Rosalind Miles: Who Cooked the Last Supper. Miles señala que la opresión sistemática de las mujeres emergió cuando la especie cambió el nomadismo por el sedentarismo. Los agricultores debían contar con tierra y mano de obra, con sistemas para producir y distribuir sus alimentos y con una mística para prosperar en estas tareas. La mujer, antes vista como un ser místico y dador de vida, se convirtió en un bien económico para generar nuevos sembradores y más cosechas. Posteriormente, la economía, el gobierno y la religión se amoldaron a este sistema que priorizaba al hombre como poseedor y trabajador, mientras que a la mujer como objeto. Tiene mucho sentido si uno piensa en la mayoría de liderazgos profesionales, políticos y clericales de hoy en día.

Sí. El machismo existe y respira. Trasciende clases sociales y etnicidades: abre brechas salariales en Hollywood y cierra oportunidades de estudios en el interior de la república. El machismo también se sentó en mi casa a cenar todas las noches. Me acosó en mi vecindario cuando era una niña que salía a jugar. Me entrenó para tener vergüenza de mis sentimientos y asco de mi propio cuerpo. Me enseñó a exigir detalles y mimos de un hombre, pero no a ser más compasiva o más honesta. Aprendí a manipular y fingir porque desde muy joven se me indicó que mi única garantía de respeto es la castidad. Con chistes y palabras bonitas, el machismo les enseñó a mis hermanos a odiarme. Años después, yo misma me enseñé a perdonar.

Ahora necesito el feminismo porque quiero que mis sobrinas y primas menores no crezcan sintiéndose menos que los niños, para que no las atormenten con castigos e insultos como los que yo aún recuerdo. Quiero que aprendan a decir la verdad, que pregunten incansablemente y que no se escondan para explorar su identidad y su cuerpo porque me enoja pensar en los años que pasé confundida, ignorante y miserable.

Me enoja tanto que a ratos yo también quisiera salir en una sola ira a desfilar con la Poderosa Vulva, acaso porque necesito ver que alguien siente al menos una onza de la rabia que me causa ser vista de menos, especialmente ahora. Sin embargo, pienso que la manera más efectiva de entendernos no viene del enojo sino de la empatía, que es quizá la virtud más rara en este siglo.

Muchos hombres (y algunas mujeres) piensan que el machismo no existe porque no lo ven. No sé si emplean esa misma lógica para sus creencias religiosas, pero mi único consejo es que no traten de verlo sino que lo escuchen. Pregúntenle a una hermana, pareja, madre, compañera o amiga si lo ha sentido, si ha llevado esta carga que la hace odiar su cuerpo, cuestionar su capacidad y resentir su propio placer. Escuchen, les digo, porque las mismísimas palabras que emplean con las mujeres son las que se emplean con un objeto tan banal como un florero de porcelana: “valórate”, “guárdate”, “cuídate”, “píntate”. Por favor caballeros, escuchen las historias de mujeres porque les garantizo que definitivamente no las han oído todas. Busquen y escuchen a escritoras, científicas, cineastas, profesoras, activistas y visionarias. Celébrenlas y divúlguenlas.

Y luego, si escucharon y entendieron, voy a pedirles que hablen. Pero no nos digan cómo luchar ni ganar respeto. No nos expliquen lo que sabemos. Hablen por ustedes mismos. Denuncien a sus compañeros cuando nos hacen de menos. Corríjanlos cuando estén abusando. Cállenlos cuando hagan ese chiste ofensivo. Demuestren que su verdadera valentía viene de esas pequeñas cosas que sí los harán menos populares pero que representan su compromiso con un mundo más justo para todas nosotras. Hablo también de un mundo donde ustedes no son proveedores y verdugos, sino simplemente nuestros hermanos.

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