Para quienes viven bajo una piedra o en la presuntuosa indiferencia hacia el zeitgeist, extiendo esta definición introductoria: OnlyFans es una plataforma británica para monetizar contenido dentro de las comunidades de redes sociales. El plan de suscripciones permite diferentes niveles de precio y acceso, pero tiene como único requisito la edad mínima de 18 años (confirmada mediante un documento de identificación oficial). Y como todo lo que realmente importa en el siglo XXI, OnlyFans ganó su prominencia en el verso de Beyoncé para Savage [Remix], el sencillo de Megan Thee Stallion. La canción no solo se convirtió en una sensación tiktokera, sino que también incrementó hasta un 15% el tráfico de OnlyFans en menos de 24 horas.
Se dice que algunos músicos, entrenadores y animadores la usan, pero OnlyFans es eminentemente una plataforma para sexo y pornografía. Sin las restricciones puritanas de Facebook e Instagram, el sitio ha revolucionado el trabajo sexual en un espacio legislativamente gris y poco (o nada) regulado. Ni siquiera sus «estrictos» requisitos de edad han impedido la divulgación de contenidos protagonizados por adolescentes. La promesa de enriquecerse súbitamente con tan solo un celular y una tanga es demasiado tentadora, por no decir convincente.
OnlyFans recibe más de 200 mil nuevos usuarios —entre ellos más de 7 mil creadores de contenido— cada 24 horas. El creador promedio gana unos $180 mensuales: un 15% del salario mínimo estadounidense; y hoy la etiqueta #onlyfans en Twitter e Instagram revela centenas de creadores amateur que han decidido rentabilizar sus selfies menos discretas y anunciarls a sus comunidades como una alternativa más para conectarse e interactuar.
Acaso las mujeres decidieron reclamar la dignidad que les despojó la era del revenge porn y las deepfakes. Acaso los hombres se cansaron de la facilidad y artificio de PornHub. OnlyFans ha creado un nuevo espacio de consentimiento sobreentendido que pretende normalizar la sexualidad. He visto a varias influencers y artistas recurrir a la plataforma como un nuevo espacio de creatividad y expresión, pero en términos claros, las personas que venden su imagen sexual son trabajadores sexuales antes que «artistas eróticos» o «activistas sexopositivos».
Lo que muchas chicas en esos clips atrevidos ignoran es que, diferente de Instagram o TikTok, OnlyFans es un mercado. Y como en cualquier mercado próspero, la demanda tiende a intensificarse y diversificarse por encima de la oferta. Eso quiere decir que la única manera de ser relevante y rentable en OnlyFans consiste en crear contenido cada vez más explícito y escandaloso. Poco importan las intenciones recreativas y expresivas de la creadora si la expectativa se sujeta a la satisfacción de un algoritmo. Ni hablar de la competencia que proponen los perfiles de celebridades establecidas. Así como la interacción instagrammera reclama cada vez cinturas más diminutas, localidades más exóticas y abdominales más marcados, OnlyFans augura un espiral de escalamiento a conductas sexuales cada vez más riesgosas en el nombre de los likes.
Antes de que me tachen de puritana y mojigata voy a aclarar que no me opongo al trabajo sexual entre dos adultos seguros y consensuados. Sin embargo, tengo serias dudas sobre la facilidad con que OnlyFans está renombrando y disfrazando el trabajo sexual como una interacción aparentemente inofensiva como un tuit o un reel. ¿Es eso lo que deberíamos normalizar ahora? ¿Es más pornografía barata lo que necesita el #MeToo? No lo sé. Y puede que esté sobrepensando lo que terminará siendo una moda pasajera, pero cuesta olvidar que, por breve y delicioso que sea el orgasmo, el Internet, amiga, es para siempre.
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