Marzo es el mes de las mujeres y con ello viene la celebración forzada de esos seres dadores de vida y portadores de belleza. Al parecer, la responsabilidad de cada espacio corporativo, profesional y comercial consiste en reconocer a sus empleadas con un regalo que las empodere, sin recordarles que ganan un 20% menos que los hombres en sus mismos puestos. Las oficinas se llenan con corazones de cartulina púrpura hechos por la recepcionista en fuera de horario y las empleadas recibimos una tarjeta que nos recuerda que somos únicas, bellas y fuertes.
En algunos lugares la «celebración» se acompaña de una charla motivacional. Alguna vez asistí a una de estas charlas y la conferencista (cuya carrera o mérito no recibió mención) nos compartió empalagosas anécdotas sobre sus familiares, mujeres que tuvieron familias numerosas y viajaron por el mundo orgullosas de ser esposas privilegiadas no trabajadoras damitas. También nos contó el origen del 8 de marzo con una versión que tiene menos socialismo y más inexactitudes históricas, posiblemente extraídas de un meme infográfico.
Procedió a relatarnos la iniciativa de Generación Igualdad de la ONU con consejos tan cuestionables como memorables: «Camina siempre con la panza metida y la sonrisa en los labios para impresionar a tus jefes». «Haz un cambio en tu vida: si tus zapatos no te encantan, sal y compra unos nuevos, aunque sea en cuotas». «Aunque no conozcas el tema, siempre vocaliza tu opinión». Y mi favorito: «Nunca te quejes. Cuando tengas un día largo y explotador, regresa a casa con una sonrisa y di que fue el mejor día de tu vida».
Para cerrar con broche de oro, todas las asistentes recibimos una rosa lila y un pastelito, supongo que para compensar la opresión del patriarcado con carbohidratos.
Cada año se amplía la conversación sobre desigualdad de género, pero lamentablemente no veo suficientes esfuerzos por erradicarla. No veo legislación clara para criminalizar el acoso laboral ni espacios seguros para madres en periodo de lactancia. No veo una ampliación de liderazgo femenino en espacios políticos ni económicos. Y debo insistir que la solución no está en regalar florecitas y palabras lindas.
El ridículo discurso de empoderamiento que manejan los espacios corporativos trata de culpar a las mujeres de su propia desventaja. De nada sirve invitarnos a sonreír, opinar y caminar con elegancia si no existe un esfuerzo simultáneo por corregir actitudes y microagresiones impresas en la misma institución. Por ejemplo: tiene muy poco mérito que un lugar tenga un 50% de mujeres en su planilla, si la totalidad de ellas tienen puestos asistenciales o subalternos sin injerencia ni liderazgo.
Aclaro que no estoy exigiendo una «acción afirmativa» de inclusión forzada; simplemente sugiero que se involucre a los empleados masculinos en esta conversación. Sírvanles su pedazo de pastelito púrpura y abramos la discusión honesta de las desventajas femeninas que ni por asomo se compensan con el descuento de las ladies’ nights de los bares o discotecas.
Hablemos de cómo se le cierran las oportunidades a una mujer con la excusa de un potencial embarazo, pero nunca se le recrimina a un hombre la posibilidad de una demanda por manutención. Hablemos de cómo una empleada debe dirigirse al cubículo del sanitario para su rutina de lactancia, pero la administración no tiene ningún problema con comprar una mesa de futillo. Hablemos de lo preocupante que es una carrera de secretariado abiertamente dedicada al estancamiento profesional de las mujeres y cómo hay tan pocos hombres con esos puestos.
Quién sabe. Es probable que las rosas y la repostería puedan invertirse en algo más inteligente como la coherencia.
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