Rafaél Arévalo Martínez y su cuento «Duelo de águilas»


Douglas_ Perfil Casi literal

El cuento «Duelo de águilas» es parte del volumen de cuentos titulado El señor Monitot, publicado en 1922, el cual es a su vez una especie de secuela de El hombre que parecía un caballo. El relato es sobre Pablo Conseje, director musical del Conservatorio de Dula. Un día, todos los sonidos habituales del conservatorio son silenciados uno por uno por un visitante, el gran músico italiano Gastón Antonini. Se da un choque intelectual entre ambos músicos, quienes no se llevarán bien a partir de ese momento. Conseje y Antonini se envuelven luego en una disputa por el amor de una mujer. Los dos están conscientes del parecido que tienen con las águilas y de su naturaleza dominante. Tres días después de un encuentro casual entre ambos, el extranjero decide marcharse del pueblo. De esa forma, Conseje recupera a su amada, quien le dice al final del cuento: “yo siempre fui toda suya; pero hay una parte de mi alma que no me pertenece. No lo sabía antes.” Atrae mi atención el hecho de comparar a ambos hombres con águilas. En el cuento “La signatura de la esfinge” Arévalo explica lo siguiente:

Se llama signatura a la primaria división en cuatro grandes grupos de la raza humana. El tipo de la primera signatura es el buey: las gentes instintivas y en las que predomina el aspecto pasivo de la naturaleza; el tipo de la segunda signatura es el león: las gentes violentas, de presa, en las que predomina la pasión; el tipo de la tercera es el águila: las gentes intelectuales, artistas, en las que predomina la mente; el cuarto y último es el hombre: las gentes superiores, en las que predomina la voluntad.

Se confirma entonces, por medio de esa comparación psico-zoomórfica, que los dos personajes en conflicto eran artistas; para ser exactos, eran grandes pianistas. Las habilidades de ambos se hacen notables a través del cuento, he aquí dos claros ejemplos:

…y luego formuló algunas preguntas técnicas que los demás empleados no habían podido responder, y a las que pronto dio respuesta Conseje con precisión y conocimiento. Antonini se inclinó respetuoso: intuía que estaba ante otro gran músico.

Pero cuando oyó tocar al intruso, a la cólera sustituyó la más viva admiración. Aquel hombre era genial y su música divina. Y él amaba la música lo bastante para ya sólo sentir admiración por Antonini que le disputaba el magnífico piano.

Ambos personajes sienten respeto y admiración el uno por el otro, al mismo tiempo se rechazan, después de todo son dos águilas que buscan adueñarse del territorio y de la hembra, no pueden negar su naturaleza (su signatura) salvaje.

El concepto de signatura se presenta en la literatura de Arévalo Martínez como influencia de las lecturas que hacía de los textos de Helena Blavatsky, quien fue una ocultista reconocida a finales del siglo XIX. Además, la misma idea puede también provenir de las lecturas de otros textos ocultistas influenciados por Charles Darwin, sobre todo por su Origen de las Especies. Cabe recordar en este punto que Darwin proclamó la idea de la evolución y supervivencia de la especie más fuerte (idea no aceptada por la Iglesia; además, al haber sido su padre y su abuelo francmasones, se cree que tuvo influencia antirreligiosa desde su niñez); esto implica además la existencia de diferentes “clases” dentro de cada especie. Esta idea se plantea claramente en los cuentos de Arévalo, pues en cada uno divide a sus personajes según una escala de superioridad. En el caso particular de “Duelo de águilas” se nota esa diferencia de clases en el primer párrafo que he citado; en el mismo, nadie puede responder a las preguntas que Antonini hace, excepto Conseje, quien es el otro ser evolucionado, superior.

Retomando la idea del Águila, también esta es parte de la iconografía cristiana, ya que representa a San Juan y junto a los otros tres evangelistas forma un tetramorfo. La tradición del tetramorfo cristiano se remonta al Antiguo Testamento, cuando el profeta Ezequiel describió en una de sus visiones cuatro criaturas que, de frente, tenían rostro humano y, de espaldas, tenían rostro animal. En el caso del águila, esta se asocia a la figura de Juan por ser su evangelio el más abstracto y teológico de los cuatro, y por ser el que se eleva sobre los demás (además de ser el único evangelio no sinóptico). Algunos opinan que los tetramorfos  representan atributos divinos, siendo el águila la representación de la sabiduría (como afirma Arévalo).

Por último, quiero enfocar la atención en el nombre de la mujer que llama la atención sentimental de Conseje y Antonini: Evangelina. ¿Puede ser más obvia la referencia cristiana? El mismo nombre nos remite a los evangelios bíblicos, y es curioso que ambos individuos cuya signatura es la del águila (otra referencia cristiana) se sientan atraídos por ella.

Se puede ver así, cómo en «Duelo de águilas» y en otros cuentos se refleja un sincretismo cristiano-ocultista; esto debido a que por algún tiempo Arévalo abandono su fe cristiana para años más tarde volver a ella, luego de haberse adentrado en el mundo esotérico espiritista. Es por esto y por el característico zoomorfismo que hace tan conocido su trabajo, que Rafael Arévalo Martínez figura entre mis escritores guatemaltecos preferidos, y por lo que lo recomiendo cada vez que puedo. Hago la invitación a todo aquel que tenga la oportunidad de leerlo a que se anime a hacerlo.

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