Muy irracional


Diana Campos Ortiz_ perfil Casi literalHace unos meses se murió mi perrita, se llamaba Irozi. Lo primero que hizo el día que la adoptamos fue chuparme la mano. Así sellamos nuestra complicidad. Todo sucedió en una «feria de adopciones», algo común en Costa Rica desde hace varios años. Las organizaciones que rescatan animales de la calle o que sufren maltratos realizan eventos en los que despliegan a todos los perritos y gatitos en sus jaulas, y la gente viene a verlos, alzarlos, llevarlos.

El pasado de Irozi es turbio. Se sabe que tenía como cinco meses de nacida cuando la conocimos. Que la encontraron sin cola. Que había sobrevivido muy enferma y sin pelo en un basurero en la zona del Caribe de Costa Rica. Se llamaba “Rosita”, así que para no alterar tanto su identidad googleamos “Rosa” en diferentes idiomas y resultó que en zulú a las rosas se les dice irozis.

En los dos años que vivimos juntas nos separamos muy poco. Incluso el día que parí Iro asumió su rol de comadre. Me sostuvo la panza en medio de una contracción que tuve mientras subía las escaleras. Cuando llegó una nueva criatura a nuestro espacio compartido se dedicó a cuidarlo como propio. Era propio.

No supimos, exactamente, de qué murió. La noche antes de que nos dejara recuerdo estar pensando que ese dolor profundo que sentía —porque sí es un dolor profundo— era porque como ser humana me he dado la tarea, el reto, el desafío de cuidar la vida. Me posiciono en este mundo como cuidadora de la vida, por eso hago altares donde pongo elementos del aire, de la tierra, del fuego y del agua en los que nunca faltan las semillas, que son ese lugar donde se origina el mundo.

Ese concepto de cuidar la vida lo aprendí de las feministas mayas. Estaré siempre agradecida con ellas porque salvaron la mía. Porque, sin conocerme, me tomaron de la mano y me enseñaron que mi cuerpo es mi territorio, y que mi territorio, además, es un cuerpo vivo, fértil, ancestral. A ambos, cuerpo y territorio, mi tarea, reto y desafío es defenderlos.

Cuando planteo que cuido la vida, me planteo desde un lugar feminista. Cuidar la vida es, sobre todo, cuidarme. Es también cuidar las conquistas de las mujeres. Defender ese territorio ganado a punta de mil batallas. Visibilizar que cuidar la vida no es solo una tarea de las mujeres. Y también que crear vida tiene que ser un asunto decidido, no impuesto, ni obligado. Por eso escribo. Por eso defiendo incansable mi espacio propio, porque todas lo merecemos. Por eso también escribo sobre mi parto y sobre mis afectos, sobre mis dolores y mis amores.

Escribir sobre los afectos se me hace el único acto posible en estos momentos de pandemia. Yo quisiera plantear de forma muy racional cuestiones más sociales, más políticas, más económicas que afectan al mundo en general, a mi región, a mi país, a mi comunidad y a mi familia, pero me es imposible en este momento.

Puedo actuar. De hecho, actúo de forma muy racional. Pero escribir, eso solo me sale de otro lugar: de un terreno que es fértil, inesperado, poco concluyente y muy irracional.

Esto es lo que puedo ser frente la pandemia: una mujer frente a un altar con flores, piedras, matas, agua y semillas.

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