Amor y violencia en los tiempos del virus coronado


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalLupita, cabello en llamas, está esperando que el piso se seque para entrar en la cocina, servirles la comida a los pelaos, enviar el e-mail que le prometió a la jefa y luego, por fin, hacer la tarea de la maestría de negocios.

José, el esposo de Lupita, no se mueve de la cama. Ha decidido que no hará nada. No será nadie. No hablará de lo que está pasando. Ha contemplado prohibir el uso del término COVID-19 en su casa. Si no se habla del asunto, quizá el asunto desaparezca.

Lupita, teléfono en mano, ve el reportaje que aclara que el saqueo en ese barrio en ruinas no fue saqueo. El reportero, cubierto de mascarilla y guantes, explica que la mercancía se la llevaba la dueña de la tienda a su casa por temor a las acciones que iniciaron los militares vestidos de policía. La dueña de la tienda muestra a las cámaras —a sus vecinos nacionales que la acusan— el aviso de operaciones de la tienda, las facturas. La dueña de la tienda muestra su mejor cara de empresaria y repite: «Solo protegía lo mío». Lupita recorre con el pulgar la pantalla del teléfono —una pantalla que se deja morder por el pulgar— y dice en voz alta, para que la escuche el viento: «Ladrona que eres».

José promete quedarse en esa cama fría hasta el fin del virus, contemplando su cuenta bancaria, pensando en los susurros de Lupita, «Muérdeme la espalda». Mientras menos hace, más claro tiene cuáles serán los efectos de la moratoria de pagos de servicios públicos. Mientras más flácido, más le alegra que los trabajadores de ministerios tendrán que contribuir de sus salarios al fondo solidario. «Lávate los dientes, sabes a vinagre», algo así dijo Lupita esta mañana y José quiere usar sus puños para formar cráteres en la cara del funcionario que autorizó millones de dólares para limpiar paradas de buses.

Lupita, con los pelaos enfrente, habla por teléfono con su amiga Kiriam, una deidad que canta jazz por dinero: «Gente acomplejada», concluye Lupita, «¿por qué les molesta que haya quienes pueden comprar salvoconductos para realizar boda de lujo en tiempo de pandemia? Eso no es privilegio. Eso no es abusar de los trabajadores. Eso es libertad», y Lupita no comprende la cara de desilusión inédita de los pelaos.

José tiene a Lupita en llamas enfrente y admite por dentro la derrota. «Ganó el virus», piensa, «expulsó la carne de mi carne». No la carne que todos ven, sino la carne que solo es para Lupita y que ahora «está enferma en soledad, babosa». José quiere explicarle a Lupita, pero ella tiene necesidad y se acerca aún más y él apuesta a la estrategia del cangrejo.

Es mejor hablar del virus coronado que de la carne: «Escuché que están vendiendo las pruebas del virus a $700. Una ganancia del 6,900%. Y el presidente multando a las tienditas de la esquina por subirle diez centavos a la botella de agua».

Pero Lupita está llena de volcanes ronroneros que se enfurecen con cada paso de cangrejo del marido. José grita por dentro de la forma más simple que puede gritar un hombre. Lupita invade. José quiere usar sus puños para formar cráteres en la cara de la invasora.

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